jueves, 5 de febrero de 2015

Artaud: Posición de la carne

en La Nouvelle Revue Française, N° 147, diciembre de 1925. 

Pienso en la vida. Ninguno de los sistemas que pueda edificar igualarán jamás mis gritos de hombre ocupado en rehacer su vida.

Imagino un sistema del que participaría el hombre todo, el hombre con su carne física y las alturas, la proyección intelectual de su mente.

Para mí es necesario contar, antes que anda, con el magnetismo incompresible de hombre, con lo que, a falta de una expresión más aguda, me veo obligado a llamar su fuerza vital.




Será necesario que un buen día mi razón acoja esas fuerzas sin formular que me asedian, que se instalen en el sitio del más alto pensamiento, esas fuerzas que desde afuera tienen la forma de un grito. Existen gritos intelectuales, gritos que provienen de la sutileza de la médula. A eso es a lo que llamo Carne. No separo mi pensamiento de mi vida. Con cada vibración de mi lengua, rehago todos los caminos de mi pensamiento en la carne.

Hay que haber estado privado de la vida, de la nerviosa irradiación de la existencia, de la completud consciente del nervio, para darse cuenta de hasta qué punto el Sentido y la Ciencia de todo pensamiento se esconden en la vitalidad nerviosa de las médulas y cómo se equivocan aquellos que reducen todo a la Inteligencia o a la Intelectualidad absoluta. Completud que abarca toda la consciencia y los caminos ocultos de la mente en la carne.




Pero, ¿qué soy yo en medio de esta teoría de la Carne o, para decirlo mejor, de la Existencia? Soy un hombre que perdió su vida y que por todos los medios busca que ésta recupere su lugar. Soy, en cierto modo, el Excitador de mi propia vitalidad: vitalidad más preciosa para mí que la consciencia, ya que lo que en los otros hombres no es más que un medio de ser un Hombre es, en mí, toda la Razón.

En el curso de esta búsqueda soterrada en los limbos de mi consciencia, me pareció sentir estallidos, como la colisión de piedras ocultas o la súbita petrificación de fuegos. Fuegos que serían como verdades insensibles y, por milagro, vitalizadas.

Pero es necesario ir a pasos lentos por la ruta de las piedras muertas, sobre todo para aquel que ha perdido el conocimiento de las palabras. Es una ciencia indescriptible, que explota en sacudidas lentas. Y el que la posee no la conoce. Pero tampoco los Ángeles conocen, ya que todo verdadero conocimiento es oscuro. El Espíritu claro pertenece a la materia. Quiero decir: el Espíritu, en un momento determinado, claro.




Pero hace falta que yo inspeccione ese sentido de la carne que debe brindarme una metafísica del Ser y el conocimiento definitivo de la Vida.

Para mí, quien dice Carne dice antes que nada aprensión, pero de punta, carne al desnudo, con toda la profundización intelectual de ese espectáculo de la carne pura y todas sus consecuencias en los sentidos, es decir, en el sentimiento.

Y quien dice sentimiento dice presentimiento, vale decir conocimiento directo, comunicación invertida y que se ilumina desde el interior. Hay un espíritu en la carne, pero un espíritu presto como el rayo. Y, a pesar de todo, el estremecimiento de la carne participa de la alta sustancia del espíritu.

Y, no obstante, quien dice carne también dice sensibilidad. Sensibilidad, vale decir apropiación, pero apropiación íntima, secreta, profunda, absoluta de mi propio dolor y, por consiguiente, conocimiento solitario y único de este dolor.



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