en La Nouvelle Revue Française, N° 147, diciembre de 1925.
Pienso en la
vida. Ninguno de los sistemas que pueda edificar igualarán jamás mis gritos de
hombre ocupado en rehacer su vida.
Imagino un sistema
del que participaría el hombre todo, el hombre con su carne física y las
alturas, la proyección intelectual de su mente.
Para mí es
necesario contar, antes que anda, con el magnetismo incompresible de hombre,
con lo que, a falta de una expresión más aguda, me veo obligado a llamar su
fuerza vital.
Será necesario
que un buen día mi razón acoja esas fuerzas sin formular que me asedian, que se
instalen en el sitio del más alto pensamiento, esas fuerzas que desde afuera
tienen la forma de un grito. Existen gritos intelectuales, gritos que provienen
de la sutileza de la médula. A eso es
a lo que llamo Carne. No separo mi pensamiento de mi vida. Con cada vibración
de mi lengua, rehago todos los caminos de mi pensamiento en la carne.
Hay que haber
estado privado de la vida, de la nerviosa irradiación de la existencia, de la
completud consciente del nervio, para darse cuenta de hasta qué punto el
Sentido y la Ciencia de todo pensamiento se esconden en la vitalidad nerviosa de
las médulas y cómo se equivocan aquellos que reducen todo a la Inteligencia o a
la Intelectualidad absoluta. Completud que abarca toda la consciencia y los
caminos ocultos de la mente en la carne.
Pero, ¿qué soy yo
en medio de esta teoría de la Carne o, para decirlo mejor, de la Existencia?
Soy un hombre que perdió su vida y que por todos los medios busca que ésta
recupere su lugar. Soy, en cierto modo, el Excitador de mi propia vitalidad:
vitalidad más preciosa para mí que la consciencia, ya que lo que en los otros
hombres no es más que un medio de ser un Hombre es, en mí, toda la Razón.
En el curso de
esta búsqueda soterrada en los limbos de mi consciencia, me pareció sentir
estallidos, como la colisión de piedras ocultas o la súbita petrificación de
fuegos. Fuegos que serían como verdades insensibles y, por milagro,
vitalizadas.
Pero es necesario
ir a pasos lentos por la ruta de las piedras muertas, sobre todo para aquel que
ha perdido el conocimiento de las
palabras. Es una ciencia indescriptible, que explota en sacudidas lentas. Y
el que la posee no la conoce. Pero tampoco los Ángeles conocen, ya que todo
verdadero conocimiento es oscuro. El
Espíritu claro pertenece a la materia. Quiero decir: el Espíritu, en un momento
determinado, claro.
Pero hace falta
que yo inspeccione ese sentido de la carne que debe brindarme una metafísica del
Ser y el conocimiento definitivo de la Vida.
Para mí, quien
dice Carne dice antes que nada aprensión,
pero de punta, carne al desnudo, con toda la profundización intelectual de
ese espectáculo de la carne pura y todas sus consecuencias en los sentidos, es
decir, en el sentimiento.
Y quien dice
sentimiento dice presentimiento, vale decir conocimiento directo, comunicación
invertida y que se ilumina desde el interior. Hay un espíritu en la carne, pero
un espíritu presto como el rayo. Y, a pesar de todo, el estremecimiento de la
carne participa de la alta sustancia del espíritu.
Y, no obstante,
quien dice carne también dice sensibilidad. Sensibilidad, vale decir
apropiación, pero apropiación íntima, secreta, profunda, absoluta de mi propio
dolor y, por consiguiente, conocimiento solitario y único de este dolor.
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