Lectura de un texto de Virginie Despentes por Virginie Despentes el viernes 16 de octubre de 2020 en el Centre Pompidou en Paris en el marco del seminario Paul B. Preciado Una nueva historia de la sexualidad.
Y aquí estamos. Escribí un texto sobre ese tema. Nunca leí un texto mío, hice lecturas en público pero no de textos míos y no sé qué va a pasar. En todo caso es emocionante estar aquí de nuevo, la última noche antes del toque de queda de las 20:30h. Mañana a esta hora la mayoría de nosotros estaremos en nuestras casas así que es importante estar aquí con ustedes.
Tengo la impresión de vivir con diez mil policías dentro de mi cabeza, los verdaderos policías, los policías de los otros, los policías de mis adversarios, la policía de mis amigos. Me he convertido en un campo penitenciario yo misma con fronteras en todas partes. Entre lo que está bien y lo que está mal, entre lo que me gusta y lo que no me gusta, entre lo que me aferra y me libera entre lo que es beneficioso y lo que es enfermizo, lo que está permitido y lo que está prohibido. Todas las propagandas me atraviesan y hablan a través de mí. No soy impermeable a nada y estoy harta de vigilar todo lo que digo incluso sin darme cuenta. No necesito que la policía amenace, yo me amenazo sola. No necesito un toque de queda para encerrarme en mí. No necesito al ejército bajo mi ventana porque he interiorizado tanta mierda que éste ya no sirve para nada. Me arrastro por debajo de los alambres de púas perfectamente inútiles desde el momento que me los tragué y estoy harta de pretender que los puedo localizar y neutralizar cuando ellos me laceran a cada paso. Nada me separa de la mierda que me rodea. Gasto demasiada energía en asfixiarme, en decir que es una elección moral, paso el tiempo escabulléndome de radares, controles, esperando palizas cada vez que abro la boca, cuando las verdaderas palizas son las que me administro yo misma porque los canas más eficaces están desarmados, son los que están en mi cabeza, y yo debo vigilar mis más mínimas palabras, como si hubiera una actitud que pudiera hacer que yo merezca ser inocente, que merezca el primer premio a la pureza, que merezca ser designada la mejor, como si existiera una frontera que nos separa unos de otros. La ilusión de que cada uno tiene su stand, cada uno su biografía, cada uno su recompensa en función de su comportamiento, cada uno tiene su pedazo de vereda para caminar, para llamar la atención, para hacer su numerito y tener quince minutos de fama, cuando es la misma vereda para todos. Pero cada uno tiene sus límites, cada uno tiene su prestigio,cada uno sus lectores, cada uno su auditorio. Todos tenemos nuestro universo. Bullshit. Solamente hay un Universo. El mismo para todos, y sacar provecho de este juego no es una cuestión de mérito, es solo una cuestión de agenciamiento, de suerte y nada me separa de la mierda que que me rodea. La frontera de mi cuerpo no es la punta de mis dedos, ni las puntas de mis cabellos. La frontera de mi conciencia no es la fuerza de mi convicción, es el aire viciado que respiro y el aire viciado que exhalo, el anillo en el que me inscribo es más grande que lo que define mi piel, la epidermis no es mi frontera. Vos no estás protegido de mí, yo no estoy protegida de vos. Tu realidad de atraviesa aunque no nos miremos, aunque no nos besemos, aunque yo no viva bajo tu techo, estamos en contacto permanente. Debemos tomar conciencia, bajo la forma de cura, del procedimiento que la pandemia hizo visible bajo la forma de contagio. Cada vez que tenés el coraje de hacer lo que te conviene hacer, tu libertad me contamina, cada vez que yo tengo el coraje de decir lo que tengo que decir, mi libertad te contamina. Nos hemos tragado esas historias de fronteras, esa fábula de cada uno para sí, cada uno en su casa, esas fábulas que quieren que las cosas como las conocemos sean la única realidad posible y que esta sea inmutable, las fábulas según las cuales la raza humana no tiene más que un único destino colectivo posible, la explotación despiadada de unos por una élite, el poder por la fuerza y la infelicidad para todos. Todas las propagandas me atraviesan y me habitan y me dirigen. Yo no soy un territorio de pureza ni de radicalidad, yo no estoy del lado correcto de la barrera, nada me separa de la mierda que me rodea. Nada, salvo el deseo de creer que este mundo está hecho de una materia blanda, lo que hoy es verdadero, puede desaparecer mañana y estoy harta de creer en fronteras que no me sirven para nada, de adherir a ellas como si hubieran sido trazadas por una mano divina que no se equivoca jamás mientras que fueron garabateadas al azar por unos pelotudos. Es la rabia de tener una razón que nos moldea, la rabia de trazar fronteras entre el dominio del bien y el de no importa qué, la rabia de estar del lado correcto, como si existiera algo así como una posición justa, una posición pura, una posición ideal, una posición definitiva de la cual no nos moveremos Y entonces, esas son las armas del enemigo, las que utilizamos, las armas de aquellos que no nos desean ningún bien, de aquellos para quienes somos una amenaza, las herramientas de la exclusión y de la descalificación, de la humillación y del silenciamiento, y de la invisibilización. Y al final es como querer hacer la revolución solo para llenar las prisiones de otras personas, para dar otras órdenes a los mismos policías, dar otras consignas a los mismos jueces, es como cambiar los jugadores pero en el mismo terreno de juego. Esa revolución se transforma en una rotación de los equipos dirigentes. La misma idiotez pero con otros que se aprovechan de ella. Y yo no digo que eso no sirva para nada. Ese movimiento tiene algo sano salvo que no tiene un sueño detrás, ninguno. Una revolución que no tiene ni sueño ni alegría, entonces solo quedará a la destrucción, la disciplina y la injusticia.
Si decimos revolución tendremos que decir dulzura, es decir, comenzar por aceptar que estamos del lado de una estrategia no productiva, no eficaz, no espectacular y que solo el fervor permite abrazarla. Sólo la convicción de que no necesitamos ni tener razón, ni señalar el error, para dar cuerpo colectivo a algo más de lo que ya existe, que las cosas que más importan no son las que acumulan likes para el Día del Juicio Final sino que comenzamos a sentir que estamos en una posición de fuerza. Aunque ocupemos menos superficie espectacular, estamos en posición de fuerza, porque ya hicimos la experiencia de vivir de manera diferente, en cuerpos diferentes, que no nos causan más vergüenza,modificamos nuestras vidas, los discursos, modificamos el espacio con nuestra sola presencia, y es la alegría que sacamos de eso lo que hace que nosotros, el cuerpo colectivo revolucionario, es por eso que algunos de nosotros hicimos la experiencia del disparo asesino de aquellos que no nos soportan simplemente por lo que somos, ellos están convencidos de que la dulzura debe estar reservada al hogar, a la buena mujer y a su perro y nunca al espacio público, nunca al mundo donde vivimos. Esos, tendremos que comprender que si están ebrios de rabia es porque nosotros hemos comenzado a ganar. Ellos quisieran pedalear hacia atrás con todas sus fuerzas para volver al tiempo en que podían decir vos te ocultás, vos te callás, tu palabra no es política. Pero ellos saben que una vez que salimos nuestra libertad contamina, hemos comenzado ya a cambiar el mundo. Los que piensan que deberían hacernos callar, piensan en prisión, sumisión por la fuerza, realidad única, piensan diván, policía, baño de sangre, secuestro, interrogatorios, tortura, censura,vigilancia, sueñan con un papá absoluto, con un adulto que sería todo y sobre todo los protegería de ellos mismos sueñan obediencia, sumisión, disciplina. Ellos tienen la ventaja de soñar un mundo que ya existe que tiene razón en todas partes. Nosotros tenemos la ventaja de no creer que es inmutable. Lo que es irremediable es la muerte de todo lo que conocemos como realidad, lo que es irremediable es el cambio, lo que es irremediable es la rapidez con la cual la realidad se reinventa contra la pesadez de nuestra conciencia. Existe la plasticidad de lo real. Su narración no es sólida. Eso es lo que la Covid nos enseña. Ellos se defienden como diablos, toman decisiones débiles, se frotan las manos pensando “vamos a aprovechar para sacar ventaja”. Su narración no es sólida. Ellos se cuentan historias a sí mismos, este último tour de force es su última voltereta. Su realidad cae hecha polvo. Son unos incompetentes, pagados de sí mismos, imbéciles convencidos de su propia importancia, se pavonean pero por más que griten lo dicen es no es verdad. La estrategia del ruido da la impresión de ser más eficaz que nunca, pero si ellos gritan tan fuerte, si parece que sinceramente están sufriendo, es porque están en el extremo del sufrimiento. Para decirlo simplemente, esta autoridad de los poderosos se la pueden meter en el culo.
Ellos tienen más o menos mi edad. Saben que pronto van a morir pero por alguna razón les provoca placer imaginar que después de ellos nada subsistirá. Mientras tanto, los más poderosos legan a sus hijos el poder, su único poder que es la fuerza de destrucción. La ráfaga de balas es real. El impacto de la bomba es real. La eficacia de las armas es real. No importa quién sea el imbécil que las use, será el que escriba la historia. Pero también tienen armas los soldados de los ejércitos y los policías para protegerse. Ellos siempre necesitan cuerpos gratuitos para hacer sus guerras, enganchar su represión y nadie dice que mañana esos soldados y esos canas no cambiarán de traje. Nada dice que mañana esos soldados y esos canas no decidan cambiar de programa y dejen de disparar a hombres, mujeres y niños. Nada dice que mañana esos soldados y esos canas no dirán: la violación no me la hace parar, violar mujeres y niños y degollarlos no me la hace parar, no quiero pertenecer más a esta historia de mierda solamente porque tres tarados de arriba no conozcan lo que es la saciedad. Nunca nada ha impedido a la historia bifurcarse. Que nos repitan lo mismo todo el día no hace de eso una ley. Nunca nada ha impedido a la historia la disyunción y nada se opone a que la especie humana cambie de una forma colectiva, al contrario, por primera vez en la historia del hombre, no tenemos más elección que hacerlo. Habrá que cambiar de narración. El mercado no existe. No hablamos de montañas, huracanes, incendios, océanos, no se habla de cosas reales cuando hablamos del mercado. No son gigantes de cuya cólera no podemos escapar.
Lo que nos enseña la Covid, entre otras cosas, es que el día que dejemos de ir allí, todo se detiene, y eso es todo. No estamos gobernados por dioses todopoderosos que existen sin nosotros para asentar su burdel. Estamos gobernados por viejos imbéciles que tienen miedo de que su cabello se erice bajo la lluvia, que posan semidesnudos sobre caballos para exhibir su gran gravedad. Estamos gobernados por viejos imposibles a los que es absolutamente posible decirles mañana: andá vos a hacer tu guerra. Si es tan importante confiar en el más violento, organicen entonces peleas entre dirigentes y que entre ellos se hagan mierda sobre el ring si tanto les gusta la sangre. Es tiempo de sustraerse a las evidencias. El mundo tal como lo conocemos se destruye. No es una mala noticia. Es el momento de recordar que no estamos obligados por las armas, no estamos obligados por la guerra, no estamos obligados por la destrucción de los recursos, no estamos obligados a tener en cuenta los mercados. El patriarcado es una narración y cumplió su tiempo. Se terminó pasar la vida en cuatro patas bajo la mesa de su festín, comiendo las sobras y chuparles la pija a ciegas, gratuitamente, amablemente, agradeciendo mucho cada eyaculación. Nos da tanto placer verlos desgraciados. Se terminó. Cuando abramos la boca será para morder. O para hablar. Hablar es tan importante como morder. Hablar es lo más importante que hemos hecho en estos últimos años, nosotros que nunca habíamos hablado. Y lo que hoy cuenta es cuidar nuestra palabra. Si queremos decir revolución debemos permitir a la palabra tomarse allí donde nunca se tomaba. Nos hace falta abrir espacios, no safe, porque safe no existe cuando hay que vomitar su mierda, pero de escucha sincera. No es cuestión de buena voluntad sino de sinceridad, escucha sincera es lo que debemos aprender no para reconfortarnos en eso que nos viene bien, no para preguntarnos si eso va a mejorar nuestros respectivos negocios, sino escuchar sinceramente, tomándonos el tiempo de escucha. No se puede escuchar la palabra si está confiscada por un tribunal, necesitamos aprender a escuchar sin que el objetivo sea declarar culpable o inocente. Todo el circo del juicio despierta el viejo mundo. Nos importa un carajo saber quién es culpable. Como escuchar, recibir, curar, para luego transmitir algo diferente que los ropajes del poder. Debemos aprender a sacarnos de encima la autoridad.
Yo sé y siento que no hay separación neta ni siquiera entre mí misma y el ministro acusado de racista, entre mí misma y la idiota menopáusica que viene a hablar de la dulzura de los hombres, entre mí y la feminista vigilante de una nueva prisión, entre mí misma y la revuelta de tarados agresivos que se levantan porque olvidamos demasiado rápido la importancia de los testículos en el arte, entre mí misma y el acosador de mierda que exige el silencio de las que evocan nuestra historia colonial entre mí misma y los idiotas útiles a los subnormales del 3° Reich, entre mí misma y ellos no hay fronteras fijas, yo también soy los imbéciles, soy su despecho, su cólera, su fétida agonía, porque nada me separa de la mierda que me rodea. Lo cual no equivale a decir que todo vale sino que hay contagio, propagación, impacto, y que toda idea de pureza, de aislamiento, de protección es casi tan creíble como llevar una máscara de papel en el tren en hora pico, algo probablemente útil aunque totalmente ridículo. Estamos expuestos unos con otros, lo cual significa que todo lo que es emitido nos impacta y recíprocamente. Pues si comienzo diciendo que no hay fronteras claras entre mí y los otros, no lo digo de manera poética, digo la armenia, su sufrimiento, la libanesa, su consternación, la mujer sin techo, su herencia, la mujer en prisión, su pena, la cantante de Hong Kong su determinación, la estudiante precaria su rabia. Cuando digo somos todos a la vez no busco la culpabilidad en mi cuerpo de no sentir el drama.
Yo no tengo frío, no duermo en una celda, no fui golpeada hoy, mis pulmones no fueron dañados, no aprieto los dientes, tengo documentos, mi piel está bien y es blanca, comí bien, etc., etc., pero la culpabilidad es una forma de aislamiento que no sirve para nada más que para volvernos impotentes. Sí, la ropa que uso hoy es la vida destruida de los niños que la fabricaron, es la contaminación de países, es la vergüenza de pertenecer a la clase de aquellos que decidieron deslocalizarla. Sí, los alimentos que absorbo son el envenenamiento de la tierra, la destrucción de las especies animales, es la penuria del trabajador agrícola, es la fatiga del camionero español que sobrepaso en la autopista, sí la institución Museo en la que estoy esta noche es una historia de exclusión de rara violencia. Sí, los libros que escribo y que vendo son la vergüenza de mi exhibición mediática, sí, cada palabra que pronuncio hoy tiene la repugnancia de la vergüenza, no solamente la vergüenza de mis privilegios sino también de mi pasividad y de mi capacidad de gozar de todas esas injusticias al mismo tiempo que las denuncio. Sí, yo me siento culpable. No, no soy pura. Pero la culpabilidad es tóxica, no me sirve para nada; con esa vergüenza no puedo hacer nada útil. Sí, tengo conciencia de otro privilegio que es mío y que es la notoriedad, la notoriedad se ha transformado en una puesta en valor. Separatismo entre los que como yo que causan un número de shock en internet y aquellos que reman para hacerse escuchar, para singularizarse, para hacerse notar, entre los que quieren perforar y yo que trueno furiosa invencible. Tengo conciencia de todas mis posiciones de privilegios y no voy a decir que toda posición vale. Las condiciones de vida de todos los cuerpos no son equivalentes con el pretexto de que están relacionados, sino que lo que digo es que hay que tomar conciencia de los lazos invisibles porque ese es el tejido del que estará hecha la revolución, no de nuestras culpas yuxtapuestas. Mi cuerpo blanco no es herido por trabajos forzados ni violado por la impunidad, mi cuerpo cristiano que festeja sin importarle la villa, mi cuerpo goy que se acomoda a la propaganda antisemita, mi cuerpo bien alimentado y demasiado cuidado para el que el capitalismo trabaje y haga el laburo sucio sin que yo me preocupe y pueda aprovecharlo y disfrutarlo al mismo tiempo, ese cuerpo blanco para el que se han definido tantas fronteras. Ya estoy harta de responder a los matones y a los patrones, lo que quiero alimentar hoy es mi facultad de escuchar a los que jamás hablaron. Lo que quiero alimentar es mi capacidad de decidir otra cosa, lo que quiero sentir es que pertenezco a la raza humana y ninguna otra. Quiero escuchar lo que dicen los niños, los que tienen la edad de ser los hijos de mis hijos y creerles cuando dicen vamos a hacer la Revolución. Y sabiendo lo que sé, deseo ayudarlos.
No puedo decir intersección porque ese término me da la impresión que yo vendo tomates y me pregunto sobre la pertinencia de vender algunas papas del vecino en mi estantería mientras que de hecho tu papas crecen en el mismo terreno que mis tomates y de todas maneras saber si tu interés coincide con el mío no es más que una preocupación comercial que no tiene ningún sentido. No se trata de un mapa de rutas ni un problema de matemática. Cuando decimos revolución debo recordar que yo no estoy aislada de vos y vos no estás protegido de mí. Se pueden poner muros, multiplicar las fronteras y los procedimientos para atravesarlas, finalmente es inútil. Tu realidad atraviesa la mía, mi realidad pesa sobre vos. Las fronteras fijas son tóxicas y no sirven para nada, lo que es inmutable es que todo se atraviesa, lo cual no significa para nada que todo vale. Escucho a las personas de mi edad decirles a los que hoy tiene veinte y los escucho decir, como todas las generaciones antes que ellos, “quieren cambiar el mundo”. Con el tono hastiado y sereno de los que han visto a otros, de los que saben como es, pero puedo dar testimonio, mi generación no quería cambiar el mundo, algunos de nosotros lo deseábamos pero mi generación nunca quiso cambiar el mundo. Creían demasiado en ese mundo, creían todo lo que les decían. No todas las generaciones quisieron cambiar el mundo, no todas las generaciones tuvieron el deber de cambiar el mundo. A mi generación nadie le dijo, antes incluso de que supieran leer: si ustedes no cambian el mundo van a reventar. Ellos son género fluido, son pansexuales, son racializados o solidarios con los racializados, no quieren más estar encerrados por la miseria y la injusticia, son chamanes, brujas. Lo que me interesa hoy no es mi vergüenza ni mi culpa ni mi rabia sino de ser capaz de decirles : todo es posible. Es posible comenzar algo mejor, es cuestión de desear otra cosa. Yo elegí creerles cuando ellos dicen que va a salvar al mundo. Yo elegí creer que no sabemos nada de cómo estará hecho su futuro. Yo elegí creer que cuando los poderosos nos repiten: nosotros sabemos todo del futuro porque conocemos el pasado, ellos no tienen alternativa, las cosas son como son, porque es la naturaleza humana, es lo que Dios ha querido en su sabiduría, cuando dicen que hay crueldad y hay injusticia porque la crueldad y la injusticia son parte de la vida, miren a los animales, dicen, y cada vez que los miran es para observar a los que matan. Pero yo también miro a los animales que matan y yo observo y no veo los campos de migrantes, no veo las fronteras, no veo a los elefantes poner.
[Referencia sobre el seminario https://friction-magazine.fr/paul-b-preciado-au-centre-pompidou]/
Agradecimiento a Jérémy Rubinstein quien compartió el video en su FB donde lo ví por primera vez.
Escrito expropiado de:
https://compostdenotas.blogspot.com/2021/02/nada-me-separa-de-la-mierda-que-me-rodea.html?m=1