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jueves, 28 de marzo de 2013

Filosofía, ese teatro de la perversión lúdica


"La inteligencia no responde a la estupidez: es la estupidez ya vencida, el arte categorial de evitar el error. El sabio es inteligente. Sin embargo, es el pensamiento quien se enfrenta a la estupidez, y es el filósofo quien la mira. Durante largo tiempo están frente a frente, su mirada hundida en este cráneo hueco. Es su cabeza de muerte, su tentación, tal vez su deseo, su teatro catatónico. En última instancia pensar sería contemplar de cerca, con extremada atención, e incluso hasta perderse en ella, la estupidez; y el cansancio, la inmovilidad, una gran fatiga, un cierto mutismo terco, la inercia forman la otra cara del pensamiento —o más bien su acompañamiento, el ejercicio cotidiano e ingrato que lo prepara y de súbito lo disipa. El filósofo debe tener bastante mala voluntad para no jugar correctamente el juego de la verdad y el error: esta mala voluntad que se efectúa en la paradoja le permite escapar de las categorías. Pero además, debe estar de bastante «mal humor» para permanecer enfrente de la estupidez, para contemplarla sin gesticular hasta la estupefacción, para acercarse a ella y mimarla, para dejar que lentamente suba sobre uno (tal vez esto es lo que se traduce cortésmente por «estar absorbido por los propios pensamientos»), y esperar, en el fin nunca fijado de esta cuidadosa preparación, el choque de la diferencia: la catatonía desempeña el teatro del pensamiento, una vez que la paradoja ha trastornado por completo el cuadro de la representación."



"Durante el destete el pensamiento, por lo menos tiene dos cuernos: uno se llama mala voluntad (para desbaratar las categorías), el otro mal humor (para apuntar hacia la estupidez y clavarse en ella). Estamos lejos del viejo sabio que con tanta buena voluntad intenta alcanzar lo verdadero y que acoge con el mismo humor la diversidad indiferente de la fortuna y de las cosas; estamos lejos del mal carácter de Schopenhauer que se irrita cuando las cosas no vuelven por sí mismas a su indiferencia; pero también estamos lejos de la «melancolía» que se vuelve indiferente ante el mundo, y cuya inmovilidad señala, al lado de la esfera y de los libros, la profundidad de los pensamientos y la diversidad del saber. Jugando con su mala voluntad y su mal humor, con este ejercicio perverso y este teatro, el pensamiento espera la salida: la brusca indiferencia del caleidoscopio, los signos que por un instante se iluminan, la cara de los dados echados, la suerte de otro juego. Pensar ni consuela ni hace feliz. Pensar se arrastra lánguidamente como una perversión; pensar se repite con aplicación sobre un teatro; pensar se echa de golpe fuera del cubilete de los dados. Y cuando el azar, el teatro y la perversión entran en resonancia, cuando el azar quiere que entre los tres haya esta resonancia, entonces el pensamiento es un trance; y entonces vale la pena pensar."


Foucault, M.: "Theatrum Philosophicum"
en Foucault, M. & Deleuze, G.: Theatrum Philosophicum seguido de Repetición y diferencia. Barcelona: Anagrama, 1995, 40-42.

 

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