jueves, 29 de abril de 2010

Modern Language Association of America

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Les dejo un Link (Click sobre el título) en el que podrán descargar el modelo Americano de Citación para trabajos académicos.
Es una buena opción para realizar los trabajos académicos en general.
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Deleuze y la Sociedad de Control

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Les dejo el link para el texto de Deleuze sobre las Sociedades de Control.

Sobre Deleuze:

Filósofo francés, nació en 1925 en París y murió en 1995. Inscrito en el movimiento estructuralista y en las llamadas filosofías postmodernas, aunque su pensamiento, creador e iconoclasta, fue inclasificable. Extraordinario orador, estudió filosofía en la Sorbona, ejerciendo más tarde como profesor en París y en Lyon. Sus obras fundamentales, tales como Diferencia y repetición (1968) o La lógica del sentido (1969), han tenido una gran influencia en el pensamiento contemporáneo. En El anti-Edipo (1972), escrito en colaboración con el ex psiquiatra Félix Guattari estudia otra de las condiciones de la pre-subjetividad, la noción de inconsciente, y aborda la relación del psicoanálisis con la política y la historia. En Mil mesetas (1980), segundo tomo de Capitalismo y esquizofrenia, obra de la cual El Anti-Edipo es la primera parte, se prolonga esta concepción del deseo y de la máquina deseante, el estudio de las estructuras lisas y estriadas del espacio, y se dirige fundamentalmente a sus consecuencias políticas. En sus últimos años de vida Deleuze estuvo afectado por una grave insuficiencia respiratoria, la cuál le llevó al suicidio el 4 de noviembre de 1995 lanzándose por la ventana de su apartamento en París. Su muerte trágica sumada a la de Foucault, víctima del sida, a los suicidios de Guy Debord y Nikos Poulantzas y la de Althusser, que murió en 1990 ingresado en un psiquiátrico después de haber asesinado a su mujer, cerró un sombrío destino de la llamada escuela de París de los años 60-80. Las teorías de Deleuze han influido tanto en el campo de la filosofía como en el de la creación. Su idea dinámica de la escritura la desterritorialización de la lengua ha incidido en poetas de distintas regiones, desde los language poets estadounidenses hasta los neobarrocos latinoamericanos, así como a escritores actuales de diversos géneros.

miércoles, 28 de abril de 2010

Grüner: La “identidad” argentina en Latinoamérica: ¿realidad o utopía?

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Para la Clase Cinco de la Unidad I:

El link del artículo de Eduardo Grüner: "La rama dorada y la hermandad de las hormigas. La `identidad´ argentina en Latinoamérica: ¿realidad o utopía?" Publicado en una compilación de Filosofía Política Contemporánea organizada por Atilio Borón.

Eduardo Grüner es Sociólogo, ensayista y crítico cultural por la UBA, recibió el premio Konex en el 2004. Se ha desempeñado como decano en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires (FCS/UBA) y como profesor de Antropología y Sociología del Arte y de Teoría Política en la misma universidad, donde también ha sido coordinador general (transitorio) del Instituto de Investigaciones de América Latina y el Caribe.
Dentro de su amplia labor docente ha presidido los siguientes seminarios y materias siendo Profesor Titular Regular de Literatura y Artes Combinadas II (Literatura y Cine); de Teoría Política y Social II, Arte, simbolicidad y origen de lo político de la Maestría en Comunicación y Cultura; del seminario Los Fundamentos Arcaicos del Poder: Antropología política / Etnohistoria / Psicoanálisis / Filosofía de la Cultura / Teoría Política: hipótesis transdisciplinarias sobre el origen de lo Político, del Doctorado en Ciencias Sociales; todos éstos, cargos docentes desempeñados en la FCS/UBA. Asimismo, ha sido Profesor Titular del seminario Postcolonialidad y conflicto cultural de la Maestría en Estudios Sociales y Culturales, de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de La Pampa, y de Sociología y Antropología del Arte, de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL/UBA).
Es autor de prólogos de libros de Fredric Jameson y Slavoj Zizek, Michel Foucault, Georges Balandier y Dardo Scavino, etcétera. Ha publicado Un género culpable (1995), Las formas de la espada (1997), El sitio de la mirada (2001) y El fin de las pequeñas historias (2002), entre otros libros.



Ranciére: El Maestro Ignorante

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Material para la Quita Clase:
Jacques Ranciére: El Maestro Ignorante. En el PDF aparecen el primer y tercer capítulos, para nosotros sólo el primero.


Acerca de Rancière:


Jacques Rancière es un pensador francés nacido en 1940 y que actualmente es profesor de la Universidad de París XII y ha publicado libros muy interesantes dedicados a la estética, al cine y a la política. Forma parte (con Alain Badiou y Etiénne Balibar) de la troika de los que fueron discípulos de Althusser, ajustaron cuentas con su maestro y acabaron superándolo con un elaborado trabajo crítico en la tradición de la izquierda radical. Rancière llega a la conclusión, después de mayo del 68, de que Althusser, con su dicotomía ciencia/ideología y su teoría del partido como vanguardia del movimiento obrero lo que está haciendo es formular una nueva ideología del orden.
Lo que Jacques Rancière defiende básicamente es la emancipación intelectual de los trabajadores sobre la base de su capacidad política. En su libro El maestro ignorante se inspira en un curioso profesor del siglo XVIII llamado Joseph Jacotot, que después de una experiencia inesperada llega a la conclusión de que cualquier ser humano tiene la capacidad suficiente para entender y aprender una explicación clara. El Maestro tiene la función de dominar con su voluntad la inteligencia del alumno y esto no es otra cosa que animarlo a desarrollar su propia inteligencia para aplicarla a lo que quiere conocer. No es entonces el dominio de una inteligencia sobre otra, ya que esto sería manipular, como sucede en el diálogo socrático, donde el Maestro siempre lleva al interlocutor al lugar que le interesa. Lo que reivindica Rancière es la igualdad de las inteligencias, que lo único que necesitan es voluntad y atención. Y no como resultado de unas prácticas pedagógicas sino como punto de partida. La emancipación de la inteligencia es la única que puede garantizar que la población trabajadora, ilustrada o no, sea capaz de emanciparse políticamente.
Sobre la base de un análisis científico de carácter multidisciplinar de lo que es la sociedad capitalista A partir de aquí Marx opina políticamente sobre lo que debe hacer la población trabajadora para emanciparse y crear una sociedad más justa y más libre. Y es una verdadera opinión política que puede entender cualquiera que piense con la razón común. Y porque el pueblo tiene suficiente capacidad como para entender que está explotado sin recurrir a las ciencias sociales.
Rancière no cuestiona el valor de la ciencia pero sí que pretenda concluir en una dictadura de los expertos o un dirigismo de las supuestas vanguardias que conducen al silencio del pueblo. Porque al lado de la ciencia está la opinión, que es la que debe considerarse en política.


Para ampliar: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=93321


Virno: Gramática de la Multitud

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Paolo Virno: Aquí va el texto: "Gramática de la Multitud"
Se puede bajar haciendo Click sobre el título del presente mensaje.


Paolo Virno nació en Nápoles, en el año 1953. Filósofo y Semiólogo, actualmente es profesor de Filosofía del Lenguaje en la Universidad de Cosenza (Calabria, Italia).
Algunas publicaciónes:

  • Virtuosismo y revolución. La acción política en la era del desencanto. Madrid: Traficantes de Sueños, 2003
  • Cuando el verbo se hace carne. Lenguaje y naturaleza humanas. Madrid: Traficantes de Sueños, 2005

Castoriadis: Transformación Social y Creación Cultural


Hola: Les dejo el texto de Castoriadis para bajarlo en PDF. Haciendo Click sobre el título del presente mensaje puede acceder a la página en la que se encuentra el texto.


ALGO SOBRE CASTORIADIS:

Cornélius Castoriadis (Costantinopla, 1922 - París, 1997). Filósofo, matemático, economista, psicoanalista, y siempre militante de la emancipación humana, este formidable pensador —“un titán del espíritu”, en palabras de su amigo Edgar Morin—, a pesar de su larga producción reflexiva, sigue siendo bastante ignorado tanto en el entorno del pensamiento crítico como en el académico. No obstante, estoy plenamente convencido de que la herencia intelectual de Castoriadis irá descubriéndose en el curso del tiempo como una de las aportaciones más lúcidas, profundas y renovadoras habidas en la segunda mitad del siglo XX, y que nos permite iluminar de otro modo el proyecto de autonomía y democracia radical. Siempre defendió que filosofía y democracia, desde su origen común en la antigüedad griega, son solidarias dado que ambas expresan (deberían expresar) el rechazo a la heteronomía (a saber, el rechazo a toda autoridad o fuente extrasocial de legitimación de la verdad y la justicia). Toda su elucidación teórica y su pasión crítica es una invitación a pensar, a cuestionar la filosofía y las significaciones imaginarias heredadas. Al final de su ensayo "Hecho y por hacer" (1997) dice: «pero algo es seguro: no va a ser corriendo detrás de lo que se usa y se dice, ni emasculando lo que pensamos y queremos, como vamos a aumentar nuestras posibilidades de libertad. No es lo que existe, sino lo que podría y debería existir, lo que necesita de nosotros».
Siendo adolescente descubrió la filosofía y el marxismo, y a los quince años empezó a militar en la organización juvenil del Partido Comunista de Grecia, ilegal en ese momento bajo la dictadura de Metaxas. A los pocos años, abandona el PC tras denunciar la ausencia de una acción revolucionaria y su burocratización, para incorporarse a un grupo trotskista liderado por Stinas. A finales de 1945 se marcha a París para seguir con sus estudios de doctorado en filosofía, y donde se vincula al trotskista PCI hasta 1948. Su alejamiento del trotskismo estuvo motivado por la incapacidad de éste para dar cuenta de la verdadera naturaleza de la URSS (régimen de capitalismo burocrático y totalitario y no Estado obrero degenerado como lo definían). Junto a Claude Lefort, y otros críticos de esa corriente marxista, funda el grupo y la revista Socialismo o Barbarie, que se mantendrán hasta 1966-67. Durante ese periodo y hasta principios de los años setenta, se ocupó menos de la acción política y se dedicó más la profundización de la crítica al estalinismo, al leninismo, y al trotskismo, además de elaborar una profunda revisión crítica del marxismo. Esa relectura de Marx se complementará con otra fértil relectura de Freud en los años siguientes, que le acercará al psicoanálisis.
En su programa de investigación crítica desarrollado en los años sesenta y setenta reformulará el proyecto de autonomía, que vendrá a reemplazar la noción de socialismo y que al mismo tiempo conllevará la renuncia a las ilusiones y ficciones de una filosofía política racional. Lo social-histórico será entendido como una forma ontológica que puede cuestionarse a sí misma y, mediante esta actividad autorreflexiva, alterarse explícitamente. De este modo, postula una ciencia general del ser humano que integra una dimensión antropológica, filosófica, política y psicoanalítica. Sin dogmas, ni telos o mitos escatológicos que orienten definitivamente el devenir humano, sin verdades esencialistas que descubrir, queda entonces la interrogación sin fin que nos permita elucidar, dando cuenta y razón, otras formas de vida y de sociedad. La idea de autonomía (esa capacidad de cuestionar lo heredado y darnos nuestras propias leyes) recreada en la acción instituyente del ser humano, de la colectividad y de lo social-histórico, conduce su reflexión a la idea de la institución imaginaria de la sociedad. Precisamente, con ese título publica un extenso volumen en 1975 (publicado en castellano en dos volúmenes: el primero, Marxismo y teoría revolucionaria, en 1983; y el segundo, El imaginario social y la institución, en 1989), y donde ajusta cuentas críticas con el marxismo, el estructuralismo tan en boga en algunos entornos de la izquierda europea, y la filosofía heredada.
La profundidad de su crítica al marxismo ya venía configurándose en varios artículos publicados en la revista Socialismo o Barbarie (principalmente en"Marxismo y teoría revolucionaria", 1965) y recogidos también en La institución imaginaria de la sociedad. Así, por ejemplo, impugna la concepción materialista de la historia porque:

• «hace del desarrollo de la técnica el motor de la historia en último análisis, y le atribuye una evolución autónoma y una significación cerrada y bien definida;
• intenta someter el conjunto de la historia a categorías que no tienen sentido más que para la sociedad capitalista desarrollada y cuya aplicación a formas procedentes de la vida social plantea más problemas de los que resuelve;
• está basada sobre el postulado oculto de una naturaleza humana esencialmente inalterable, cuya motivación predominante sería la motivación económica.»

Pero además de ese determinismo económico que conlleva esa concepción materialista de la historia, también cuestiona el determinismo histórico en el que se inscribe esa teoría, dado que pretende que «puede reducirse la historia a los efectos de un sistema de fuerzas sometidas ellas mismas a leyes comprensibles y definibles de una vez por todas, a partir de las cuales estos efectos pueden ser íntegra y exhaustivamente producidos (y por lo tanto también deducidos)». En ese nuevo enfoque de Castoriadis, el proletariado deja de tener ese destino emancipador; más aún, no habrá ya ningún sujeto colectivo predestinado a realizar o hegemonizar la transformación social; como tampoco el marxismo ni ninguna otra teoría garantizarán una indagación radical y permanente del mundo contemporáneo. Esta posición no conduce necesariamente a la defensa del escepticismo; sino antes bien debe reclamar una filosofía de la acción y de la reflexión: «hay realmente en cada instante para un estado determinado de nuestra experiencia, verdades y errores, y siempre la necesidad de efectuar una totalización provisional, en movimiento y abierta siempre, de lo verdadero. (...) En cada etapa de nuestro desarrollo, debemos pues afirmar los elementos de los que creemos poder estar seguros, pero también reconocer —y con absoluta sinceridad— que en las fronteras de nuestra reflexión y nuestra práctica se encuentran necesariamente problemas cuya solución no conocemos por anticipado». (La experiencia de movimiento obrero II, 1974).
Considera absurda la idea de revolución total, por cuanto que en la vida social lo inalterado sería mayor que lo transformado. El devenir histórico conlleva siempre una dialéctica de herencia y cambio; y parte de la siguiente premisa ontológica: la historia humana es creación. Pero no podemos ni explicar ni predecir tal creación, pues no está determinada; es, más bien, determinante. A su vez, también su tiempo y su ritmo forman parte de la creación. Esa naturaleza creativa de lo humano y de lo socialhistórico, esa potencia poiética que pertenece a la imaginación radical individual y colectiva, no fue percibida de manera profunda por Marx, a pesar de que en sus tesis sobre Feuerbach reconocía esa cuestión al dejar escrito que «los seres humanos están condicionados por el estado de cosas existente, que sólo pueden modificarse mediante su acción». No obstante, Castoriadis observa en su ensayo "Herencia y revolución"(1996) que Marx prefirió buscar más bien «causas sólidas, es decir, garantías de y para la revolución. Consecuencia de esto es su escaso interés por los problemas de la acción y de la organización políticas como tales: en su lugar, busca leyes económicas capaces de llevar el hundimiento del capitalismo» (Figuras de lo pensable, 1999). Por lo tanto el cambio político exige a su vez el cambio de las costumbres y de las significaciones imaginarias sociales arraigadas en un contexto socialhistórico dado, algo que ya fue lúcidamente captado por Rousseau, Platón, Maquiavelo o Montesquieu, para quienes «no puede haber institución política que, desde la cúspide a la base, del nivel más superficial al más profundo, no esté ligada a las costumbres, a las Sitten, a la totalidad de la estructura antropológica, psicosocial de los individuos que viven en tal sociedad».
Sabido es que toda tentativa revolucionaria o de trasformación radical topa con esa cuestión, y por ello el potencial transformador de la clase obrera, por ejemplo, no ha dependido tanto de su condición alienante cuanto de su capacidad de autocreación en tanto que clase y elemento actuante en el seno de una sociedad capitalista: «en los países europeos, el movimiento obrero se autocreó; pero esto fue posible gracias a la herencia, a la tradición del movimiento democrático presente en la historia de estos países, a la orientación ofrecida por el proyecto social-histórico de autonomía nacido en el seno del mundo europeo. Es, por tanto, perfectamente comprensible que, antes de la degeneración burocrática (socialdemócrata o bolchevique), el movimiento obrero crease instituciones de carácter profundamente democrático, algunas de las cuales dejaban atrás las formas del movimiento democrático burgués y resucitaban principios, olvidados hacía ya mucho tiempo, enraizados en las instituciones de la Grecia antigua, como la rotación de los representantes en los sindicatos británicos del primer periodo; la importancia de las asambleas generales soberanas de todos los interesados y la revocabilidad permanente de los representantes introducida en la Comuna de París y reanimada o redescubierta siempre que los obreros formaron órganos autónomos, como los Consejos (tal como sucedió de nuevo en Hungría en 1956)». ("Herencia y revolución", 1996). De manera que disuelto el mistificado horizonte utópico que prefigura el futuro, cabe entender este futuro como «ese despliegue siempre imprevisible y siempre creador en cuya formación podemos participar, mediante el trabajo y la lucha, a favor y en contra».




martes, 13 de abril de 2010

Mondolfo y El Pensamiento Antiguo


Mondolfo, Rodolfo: El Pensamiento Antiguo. Vol. 1,  Bs. As.: Losada, 2004. pp. 11-18

INTRODUCCIÓN

LOS ORÍGENES Y LOS ELEMENTOS PREPARATORIOS DE LA FILOSOFÍA GRIEGA.

1 EL PROBLEMA DE LAS DERIVACÍONES DE LAS CULTURAS ORIENTALES; LAS CONCEPCIONES CIENTÍFICAS Y LOS CONCEPTOS ESPECULATIVOS ORIENTALES.

[En sus comienzos, la historia de la filosofía griega se encuentra frente al muy discutido problema de los orígenes, que se refiere particularmente a las relaciones de la ciencia y de la filosofía helénicas, con la precedente sabiduría oriental. Las grandes civilizaciones orientales (es decir, sumeria y caldea o asirio-babilónica, irania, egipcia, fenicia, etc.), con las cuales la civilización pre-helénica (egea o creto-minoica) había estado ya en relaciones directas o indirectas, han ejercido influencias reconocidas por todos, también en la cultura helénica, en los distintos campos de la técnica y del arte, de los mitos y de las ideas religiosas. Ya Heródoto, Platón, Aristóteles, Eudemo y Estrabón, hacían proceder de los caldeos, egipcios y fenicios, ciencias cultivadas después por los griegos, tales como la astronomía, la geometría y la aritmética, y Platón hacía alabar por el viejo sacerdote egipcio, la antigüedad de su sabiduría, frente a la infancia de la griega].
Los griegos aprendieron de los caldeos el uso del cuadrante solar, el gnomón y las doce partes del día. (HERÓDOTO, II, 109).
Así, ya se hallaban constituidas todas las artes (dirigidas a las necesidades y a la comodidad del vivir), cuando se descubrieron estas ciencias, que no se aplican al placer ni a las necesidades de la vida,
y aparecieron primeramente en aquellos países, donde había quienes disfrutaban del ocio y las comodidades suficientes para dedicarse a las ocupaciones intelectuales. Por eso en Egipto, antes que en otras partes, se constituyeron las disciplinas matemáticas, porque allí le estaba concedida a la casta sacerdotal esa comodidad. (ARISTÓTELES, Metafísica, I, 1, 981,b).
Un extranjero (bárbaro), fue el primero en observar estas cosas (astronómicas). Pues un antiguo país nutrió los primeros observadores de estas cosas que, por la belleza de la estación estival de la que Egipto y Siria gozan abundantemente, observaban, por decir así, siempre visibles todas las estrellas, como aquellos que habitaban comarcas del mundo, siempre alejadas de nubes y lluvias. Y desde allá han llegado (estas nociones astronómicas) a todas partes, aun aquí (en Grecia), conocidas desde tiempo extremadamente antiguo e infinito. . . Pero fijemos bien en la memoria que lo que nosotros, griegos, hemos tomado de los extranjeros (bárbaros), esto ha sido, al fin, perfeccionado por nosotros. (Epinomis platónico: escrito probablemente, por FILIPO de Opunte, 987a, 987e).
¡Oh Solón, Solón!, vosotros, griegos, sois siempre niños. . . No poseéis aún ciencia que, por efectos del tiempo, haya llegado a ser antigua. . . En cambio, en este país (Egipto) . . . lo que es transmitido, se considera que sea lo más antiguo que exista (PLATÓN, Timeo, 22b., 23).
[Pero la crítica histórica del siglo XIX ha objetado, a la creencia en una derivación de la ciencia y de la filosofía griega de la oriental (afirmada especialmente por el helenismo tardío y por algunos orientalistas modernos), que las culturas orientales no podían dar a los griegos aquello que ellas mismas no poseían, es decir, el espíritu científico y el procedimiento lógico de la investigación. Se observó que la astronomía caldea con todas sus observaciones y registros, permaneció tiendo simple astrología, cuyo fin esencial era el horóscopo; la geometría egipcia, permaneció limitada a una técnica de medidas para fines prácticos, especialmente de agrimensura; las matemáticas de Egipto y de Caldea se detuvieron en los cálculos empíricos, sin elevarse a las exigencias lógicas de la demostración; por lo tanto, todas ellas representarían un estadio pre - científico, que el genio griego «pero bien pronto por virtud propia, convirtiéndose en el creador de la ciencia y de la filosofía.
Estudios más recientes, han vuelto a revalorizar nuevamente, en parte, la ciencia mesopotámica y egipcia, reconociendo, junto a la técnica dirigida a fines prácticos y utilitarios, también, a veces, un interés científico desinteresado, una tendencia hacia la generalidad y un encaminamiento a la
racionalidad. Y junto a esta iniciación de investigación científica (reconocida entre los babilonios, especialmente en las matemáticas, y entre los egipcios, particularmente en la medicina), se admite también, en las culturas orientales, dentro de la especulación religiosa, la existencia y la formación de conceptos, envueltos, es cierto, en formas míticas, pero capaces de desenvolvimientos filosóficos. Recordemos los principales: 1) La idea de la unidad universal, afirmada entre egipcios y mesopotámicos, bajo la forma de unidad divina, en vagas formas de panteísmo ("el dios de los innumerables nombres, que crea los propios miembros, que son los Dioses"; "el Uno único, padre de los padres, madre de las madres"; "suma de las existencias y de los seres", del cual surge todo devenir, que luego refluye en él); 2) la cosmogonía, concebida, en mi distintas exposiciones, como pasaje de la unidad caótica indistinta primordial a la distinción de los seres, es decir, como pasaje del caos (caos acuoso: Tiamat, en Babilonia; Νun, en Egipto) y de las tinieblas al orden y a la luz (con Marduk, en Babilonia, Ra o Rie, en Egipto); 3) las distintas explicaciones dadas al proceso cosmogónico, ya sea por la potencia intrínseca del mismo principio caótico originario (como en Babilonia Tiamat "madre de la totalidad, creadora de todas las cosas"), o por la intervención de un espíritu sobre la materia que contiene los gérmenes de todos los seres (como Atón Ra, el espíritu que asciende sobre las aguas de Nun, en la cosmogonía egipcia de Heliópolis), o a través de la lucha entre las potencias opuestas del caos γ del orden, de las tinieblas y de la luz, de la muerte y de la vida, del odio y del amor (Set y Horus, en Egipto; Tiamat y Marduk, en Babilonia); 4) la visión de una conexión y simpatía universal, que une a todos los seres en la naturaleza; 5) la noción de una necesidad o ley que los gobierna todos, y la concepción de esta ley como retorno cíclico universal que se cumple en el gran año cósmico, con un periódico retorno de todas las cosas; 6) la idea de un dualismo entre cuerpo mortal y alma inmortal, y la preocupación de la ultratumba y del juicio de los muertos que se enlaza (como aparece en el Libro de los muertos egipcio) al desarrollo de las exigencias éticas de la justicia y de la pureza moral.
Son todos elementos fecundos en desenvolvimientos filosóficos, fáciles para transmitirse en la vestidura del mito, bajo la cual, precisamente se han difundido, de la una a la otra, en las antiguas culturas orientales. Como ha escrito un autorizado orientalista contemporáneo (G. FURLANI, Il poema della creazione: Enuma Elis, Bologna, 1934, p. 19), "en los últimos decenios se ha comenzado a comprender que todo el Oriente antiguo, ha poseído siempre una civilización discretamente uniforme, formada de innumerables y complicadísimos contactos, intensos y continuos, entre sus seis o siete civilizaciones, de la elamítica a la egipcia, de las micrasiáticas a la súmera". Elementos importantes de estas culturas, desde la técnica a los mitos, se habían transmitido ya a la civilización prehelénica a través de contactos, directos o indirectos; que luego tornan a transmitirse a la cultura griega. Y no deja de tener significación el hecho de que la ciencia y la filosofía griega nacen y se afirman primeramente en las colonias de Asia Menor y en la época (entre los siglos VII y VI) en que Mileto, Samo, Éfeso, etc., habían intensificado sus relaciones directas con el Egipto, e indirectamente con la Mesopotamia y el Irán, especialmente a través de Fenicia y Lidia.
Damos aquí, en breves citas, algunas pruebas de las cosmogonías y teorías cósmicas orientales: dos citas relativas a las derivaciones del cosmos de un caos acuoso primordial (como en el mito griego del Océano y en la cosmología de Tales) en la cosmogonía babilonia y la egipcia; la otra relativa a la idea del gran año, en el que, periódicamente, se desarrollaría el ciclo cósmico].
Cuando (todavía) por encima no estaba nombrado el cielo; por debajo la (tierra) firme no tenía (todavía) un nombre, el Apsu primero su generador, Mummu y Tiamat, la generadora de todas ellas —, se mezclaban sus aguas entre sí — (todavía) no se habían construido mansiones para los Dioses, y la estepa no era visible aún, — cuando (todavía) no había sido creado ninguno de los dioses, — y ellos no tenían (aún) un nombre y los destinos no habían sido asignados a ninguno de ellos, — fueron procreados los dioses en medio de ellos. . . (Enuma Elis, poema babilonio de la creación: exordio).
[Apsu es el abismo primordial; Mummu, el ruido de las aguas; Tiamat. el Océano universal; que forman, conjuntamente, el Caos acuoso originario, antes que nazca y tenga nombre algún otro Dios. Sigue después la historia del nacimiento de los otros dioses (seres y fuerzas cósmicas) y de la formación del cosmos y de la gran lucha entre las divinidades primordiales o fuerzas del caos tenebroso y las divinidades o fuerzas de la luz y del orden cósmico, que termina con la victoria de estas últimas].
Al principio era Nun, masa líquida primordial, en cuyas infinitas profundidades flotaban confusos los gérmenes de todas las cosas. Cuando comenzó a brillar el Sol, la Tierra fue allanada y las aguas separadas en dos masas diferentes: una engendró los ríos y el Océano: la otra, suspendida en el aire, formó la bóveda del cielo, las aguas de lo alto, en las cuales, astros y dioses, transportados por una corriente eterna, se pusieron a navegar (MÁSPERO, Hist. anc. des peuples de l'Orient, 27, resumiendo antiguos papiros egipcios).
[El Sol, Atón Ra, es el espíritu que sube sobre las aguas, y da lugar así a la primera tríada cósmica, de la cual se deriva después toda la enéada divina de los elementos y de las potencias cósmicas],
Beroso (babilonio) que ha interpretado Belo, dice que el año cósmico se cumple por el curso de las estrellas, y lo afirma con tal segundad, como para determinar el momento de la conflagración y del diluvio. (SÉNECA).
[En el gran año cósmico, que es el período en el cual se cumple el eterno retorno de las vueltas cósmicas, el verano corresponde a la época de la conflagración, y la del diluvio universal, a su invierno. Beroso, sacerdote caldeo del siglo III a. de C., eco de antiguas tradiciones de Babilonia, lo calculaba en 432.000 años (Cfr. Fragm. historic, graec., frag. 4 de Beroso), pero los autores griegos lo calculaban entre los 10 y los 30 mil años, a lo sumo].

2. LOS ELEMENTOS PREPARATORIOS EN LA REFLEXIÓN RELIGIOSA Y MORAL DE LOS GRIEGOS.

a) El nacimiento de la reflexión y de la investigación: admiración (Conciencia de no comprender o conciencia de los problemas):
[A pesar de que los griegos pudiesen haber obtenido de las culturas orientales, numerosos y fecundos elementos de conocimientos y estímulos de reflexión, sin embargo, ellos, que eran arrastrados, en su misma actividad de mercaderes γ colonizadores (como ARISTÓTELES, Constitución de los atenienses, cap. XI, dice de Solón), por el doble deseo de "comerciar y de ver", hallaban un aguijón eficacísimo para la creación de la ciencia γ de la filosofía en su innata y característica curiosidad. Y los documentos y las noticias que tenemos acerca de su actividad intelectual anterior al surgimiento de las primeras escuelas filosóficas, demuestran un vivo fermento de pensamiento, que iba preparando el desarrollo de la filosofía, la que, por otra parte, en su significado más general de reflexión del hombre sobre sí mismo, sobre la vida y el mundo, es tan antigua como la humanidad pensante].
Precisamente, es característico del filósofo este estado de ánimo: el de la maravilla, pues el principio de la filosofía no es otro, y aquél que ha dicho que Iris (la filosofía) es hija de Thaumante (la maravilla), no ha establecido mal la genealogía (PLATÓN, Teeteto, 155 d).
En efecto, la maravilla ha sido siempre, antes como ahora, la causa por la cual los hombres comenzaron a filosofar. Al principio se encontraron sorprendidos por las dificultades más comunes; después, avanzando poco a poco, plantearon problemas cada vez más importantes, tales, por ejemplo, como aquellos que giraban en torno a los fenómenos de la luna, del sol o de los astros, y finalmente los concernientes a la génesis del Universo. Quien percibe una dificultad y se admira, reconoce su propia ignorancia. Y por ello, desde cierto punto de vista, también el amante del mito es filósofo, ya que el mito se compone de maravillas (ARISTÓTELES, Metafísica, I, 2, 982b).

b) la primera forma de la reflexión: el mito y su parentesco con la filosofía. — La unidad primordial inmediata entre los problemas humanos y los problemas cósmicos.
— También el amante del mito es, en cierto modo, un filósofo, ya que el mito se compone de maravillas. (ARISTÓTELES, loc. cit.). Los antiguos, más aún, antiquísimos, (teólogos), han transmitido por tradición a nosotros sus descendientes, en la forma del mito, que los astros son dioses y que lo divino abraza toda la naturaleza entera. . . Se suele decir que los dioses tienen forma humana, o se transforman en semejantes a otros seres vivientes. . . Pero, si se deja de lado todo lo demás, y se guarda lo esencial, es decir, que se creyó que las sustancias primeras eran dioses, pudiera pensarse que esto se afirmó por inspiración divina, y, probablemente de toda arte y filosofía. . . perdidas (en las catástrofes cósmicas cíclicas), estas opiniones se han salvado hasta ahora, casi como reliquias (de la más antigua sabiduría). Y en esta medida, se han manifestado las opiniones de los padres y de los primeros progenitores (ARISTÓTELES, Metafísica, XII, 8, 1074b).
Hay algunos que creen que, también los más antiguos, que vivieron mucho tiempo antes que la generación presente, los primeros en tratar de los dioses, han pensado de la misma manera (que Tales) respecto a la naturaleza, ya que hicieron de Océano y Tetis los progenitores de la generación, y el agua, llamada por los poetas Estigia, la presentaron como juramento de los dioses: ahora bien, lo más venerable es lo que es más viejo, y la cosa más venerable de todas, es el juramento. (ARIST., Metaf., I, 3, 983b).
Pudiera sospecharse que el primero en buscar un principio de este género (es decir, una causa de la que derive el movimiento de los seres), haya sido Hesíodo o cualquier otro, si (antes que él) colocó, en los seres, como principio, el Amor (Eros) o el Deseo, como Parménides lo hizo después. Ya que, también éste reconstruyendo la génesis del universo, dice: "Como el primero entre todos los dioses, ella (la divinidad que rige el universo) creó a Eros". Y Hesíodo: "El primero entre todos los dioses fue el Caos, después la Tierra de amplio seno, y Eros, que sobresale entre todos los inmortales" — expresando la necesidad, en los seres, de una causa que mueva y una las cosas ( ARIST. Metaf., I, 4, 984).
[La forma mítica y antropomórfica de esta primera reflexión sobre la naturaleza, no impide el reconocimiento de los mismos problemas que después serán objeto de la filosofía naturalista. Aristóteles ya estaba  lenamente convencido de ello.
Pero el antropomorfismo mitológico de esta primera especulación, tiene gran importancia en otro aspecto: que nos muestra que los problemas cósmicos, son concebidos inicialmente en la forma de problemas humanos, es decir, se hallan modelados sobre la norma de éstos, con la personificación de los elementos naturales y la concepción de sus relaciones como si estuviesen gobernados por las mismas fuerzas que rigen las relaciones entre los hombres. Lo que significa (evidentemente) que al contemplar y tratar de comprender la naturaleza, el pensamiento mítico posee ya (y, por lo mismo, puede emplear) los conceptos relativos al mundo humano: o sea, que la reflexión sobre el mundo humano ha precedido a la reflexión sobre el mundo natural, que por ello, en su primer surgir, se enlaza y se apoya en aquélla. Y esta observación, tan evidente como olvidada, basta para trastrocar las convicciones tradicionales (lugar común de la historiografía), de que la atención del hombre se vuelve hacia la naturaleza física, antes que hacia el mundo humano y que por ello la filosofía comienza como cosmología, para transformarse en antropología, sólo en una segunda y tardía fase. En realidad, la precedencia de la forma mitológica demuestra lo opuesto, y (lo que no es de menor importancia), también la filosofía naturalista, en su surgimiento, conserva primeramente, en parte, la forma mitológica antropomórfica, demostrando mantener su dependencia de las observacíones y meditaciones del mundo humano. Lo que no pasaba inadvertido para Aristóteles, tal como aparece en los pasajes arriba citados, y había sido ya claramente visto por Platón, cuando señalaba que los elementos naturales están personificados por los cosmólogos, que conciben, entre ellos, las relaciones recíprocas como matrimonios, generaciones y luchas, gobernadas por las fuerzas opuestas del Amor y del Odio. "Me parece que cada uno de ellos (los filósofos que quieren definir cuáles y cuántas son las cosas) nos relata una especie de mito, como si fuésemos niños: uno, que los seres son tres, y que algunas veces, se combaten entre sí, y otras, habiendo entablado amistad, nos hacen asistir a sus bodas, nacimientos y educación de la prole. Otro, diciendo que son dos (húmedo y seco o calor y frío), los une y los desposa. La estirpe de los eleatas, entre nosotros, que comienza desde Jenófanes, o quizá antes, nos relata sus mitos, como si lo que se llama "todas las cofas", fuese una sola cosa. Ciertas musas jónicas (Heráclito) después, y algunas sicilianas posteriores a ellas (Empédocles), concuerdan en pensar que ofrece mayor seguridad entrelazar distintos mitos entre si, y decir que ¿ser es múltiple y uno, y que es mantenido unido por el odio y el amor" (Sofista, 242c).
A estas observacíones debe agregarse, que no sólo las cosmogonías filosóficas se modelan en parte sobre las precedentes teogonías míticas, dominadas por las relaciones de generación y de lucha, sino que el mismo concepto de cosmos es tomado del mundo humano (el acomodamiento, el orden de la danza, el orden de los ejércitos) para ser aplicado a la naturaleza, y que la idea de la ley natural se presenta al comienzo como idea de justicia (Díke), con la pena del talión para toda infracción: o sea que toda la visión unitaria de la naturaleza no es sino una proyección en el universo de la visión de la polis (sociedad y estado de los hombres). La primera reflexión sobre la naturaleza, se enlaza siempre, pues, α la reflexión sobre el mundo humano, que debe haberla precedido para poder darle los propios cuadros y conceptos directivos]

domingo, 11 de abril de 2010

Deleuze y la Filosofía

Deleuze, Gilles: Conversaciones 1972-1990. Valencia: Pre-Textos, 1995. pp. 217-218


"La historia de la filosofía no es una disciplina particularmente reflexiva. Es como el arte del retrato en la pintura. Se trata de retratos mentales, conceptuales. Igual que en la pintura, hay que conseguir una semejanza con el retratado, pero por medios desemejantes, por medios diferentes: hay que producir un semblante, no reproducirlo (lo que significaría conformarse con repetir lo que tal filósofo dijo). Los filósofos aportan conceptos nuevos, los exponen, pero no dicen, o no dicen del todo los problemas a los que tales conceptos responden. Por ejemplo, Hume expone un concepto original de creencia, pero no dice por qué y cómo el problema del conocimiento se plantea de tal modo que el conocimiento aparece como una forma determinada de creencia.

La historia de la filosofía no debe decir lo que ya dijo un filósofo, sino aquello que está necesariamente sobrentendido en su filosofía, lo que no decía y que, sin embargo, está presente en lo que decía. La filosofía consiste siempre en inventar conceptos. Nunca me han preocupado la superación de la metafísica o la muerte de la filosofía. La filosofía tiene una función que sigue siendo plenamente actual, crear conceptos. Nadie puede hacerlo en su lugar. Ciertamente, la filosofía siempre ha tenido rivales, desde los “pretendientes” de Platón hasta el bufón de Zaratustra. Hoy, estos rivales son la informática, la comunicación, la promoción comercial que se ha apropiado de las palabras “concepto” y “creativo”, y estos “conceptores” constituyen una estirpe de desvergonzados que hacen del acto de vender el supremo pensamiento capitalista, el cogito mercantil. La filosofía se siente pequeña ante esos poderes pero, si muere, al menos será de risa.
 
La filosofía no es comunicativa, ni tampoco contemplativa o reflexiva: es creadora, incluso revolucionaria por naturaleza, ya que no cesa de crear conceptos nuevos. La única condición es que satisfagan una necesidad y que presenten cierta extrañeza, cosa que sólo sucede cuando responden a problemas verdaderos. El concepto es lo que impide que el pensamiento sea simplemente una opinión, un parecer, una discusión, una habladuría. Todo concepto es, forzosamente, paradoja."


sábado, 3 de abril de 2010

Qué es la Filosofía. Introducción


Deleuze, G. & Guattari, F.: ¿Qué es la filosofia? Barcelona: Anagrama, 1993

ASÍ PUES LA PREGUNTA...

Tal vez no se pueda plantear la pregunta ¿Qué es la filosofía? hasta tarde, cuando llegan la vejez y la hora de hablar concretamente. De hecho, la bibliografía es muy escasa. Se trata de una pregunta que nos planteamos con moderada inquietud, a medianoche, cuando ya no queda nada por preguntar. Antes la planteábamos, no dejábamos de plantearla, pero de un modo demasiado indirecto u oblicuo, demasiado artificial, demasiado abstracto, y, más que absorbidos por ella, la exponíamos, la dominábamos sobrevolándola. No estábamos suficientemente sobrios. Teníamos demasiadas ganas de ponernos a filosofar y, salvo como ejercicio de estilo, no nos planteábamos qué era la filosofía; no habíamos alcanzado ese grado de no estilo en el que por fin se puede decir: ¿pero qué era eso, lo que he estado haciendo durante toda mi vida? A veces ocurre que la vejez otorga, no una juventud eterna, sino una libertad soberana, una necesidad pura en la que se goza de un momento de gracia entre la vida y la muerte, y en el que todas las piezas de la máquina encajan para enviar un mensaje hacia el futuro que atraviesa las épocas: Tiziano, Turner, Monet.(1) Turner en la vejez adquirió o conquistó el derecho de llevar la pintura por unos derroteros desiertos y sin retorno que ya no se diferencian de una última pregunta. Tal vez La Vie de Rancé señale a la vez la senectud de Chateaubriand y el inicio de la literatura moderna (2). También el cine nos concede a veces estos dones de la tercera edad, en los que Ivens por ejemplo mezcla su risa con la de la bruja en el viento desatado. Del mismo modo en filosofía, la Critica del juicio de Kant es una obra de senectud, una obra desenfrenada detrás de la cual sus descendientes no dejarán de correr: todas las facultades de la mente superan sus límites, esos mismos límites que el propio Kant había fijado con tanta meticulosidad en sus obras demadurez.
No podemos aspirar a semejante estatuto. Sencillamente, nos ha llegado la hora de plantearnos qué es la filosofía, cosa que jamás habíamos dejado de hacer anteriormente, y cuya respuesta, que no ha variado, ya teníamos: la filosofía es el arte de formar, de inventar, de fabricar conceptos. Pero no bastaba con que la respuesta contuviera el planteamiento, sino que también tenía que determinar un momento, una ocasión, unas circunstancias, unos paisajes y unas personalidades, unas condiciones y unas incógnitas del planteamiento. Se trataba de poder plantear la cuestión «entre amigos», como una confidencia o en confianza, o bien frente al enemigo como un desafío, y al mismo tiempo llegar a ese momento, cuando todos los gatos son pardos, en el que se desconfía hasta del amigo. Es cuando decimos: «Era eso, pero no sé si lo he dicho bien, ni si he sido bastante convincente.» Y constatamos que poco importa si lo hemos dicho bien o hemos sido convincentes, puesto que de todos modos de eso se trata ahora.
Los conceptos, ya lo veremos, necesitan personajes conceptuales que contribuyan a definirlos. Amigo es un personaje de esta índole, del que se dice incluso que aboga por unos orígenes griegos de la filosofía: las demás civilizaciones tenían Sabios, pero los griegos presentan a esos «amigos», que no son meramente sabios más modestos. Son los griegos, al parecer, quienes ratificaron la muerte del Sabio y lo sustituyeron por los filósofos, los amigos de la Sabiduría, los que buscan la sabiduría, pero no la imposible, es un libro escrito en contra de la vejez en el poder: se trata de un libro de ruinas universales en el que se afirma únicamente el poder de la escritura.» poseen formalmente (3). Pero no se trataría sencillamente de una diferencia de nivel, como en una gradación, entre el filósofo y el sabio: el antiguo sabio procedente de Oriente piensa tal vez por Figura, mientras que el filósofo inventa y piensa el Concepto. La sabiduría ha cambiado mucho. Por ello resulta tanto más difícil averiguar qué significa «amigo», en especial y sobre todo entre los propios griegos. ¿Significaría acaso amigo una cierta intimidad competente, una especie de inclinación material y una potencialidad, como la del carpintero hacia la madera: es acaso el buen carpintero potencialmente madera, amigo de la madera? Se trata de un problema importante, puesto que el amigo tal como aparece en la filosofía ya no designa a un personaje extrínseco, un ejemplo o una circunstancia empírica, sino una presencia intrínseca al pensamiento, una condición de posibilidad del pensamiento mismo, una categoría viva, una vivencia trascendente. Con la filosofía, los griegos someten a un cambio radical al amigo, que ya no está vinculado con otro, sino relacionado con una Entidad, una Objetividad, una Esencia. Amigo de Platón, pero más aún amigo de la sabiduría, de lo verdadero o del concepto, Filaleto y Teófilo... El filósofo es un especialista en conceptos, y, a falta de conceptos, sabe cuáles son inviables, arbitrarios o inconsistentes, cuáles no resisten ni un momento, y cuáles por el contrario están bien concebidos y ponen de manifiesto una creación incluso perturbadora o peligrosa. ¿Qué quiere decir amigo, cuando se convierte en personaje conceptual, o en condición para el ejercicio del pensamiento? ¿O bien amante, no será acaso más bien amante? ¿Y acaso el amigo no va a introducir de nuevo hasta en el pensamiento una relación vital con el Otro al que se pensaba haber excluido del pensamiento puro? ¿O no se trata acaso, también, de alguien diferente del amigo o del amante? ¿Pues si el filósofo es el amigo o el amante de la sabiduría, no es acaso porque la pretende, empeñándose potencialmente en ello más que poseyéndola de hecho? ¿Así pues el amigo será también el pretendiente, y aquel de quien dice ser amigo será el Objeto sobre el cual se ejercerá la pretensión, pero no el tercero, que se convertirá, por el contrario, en un rival? La amistad comportará tanta desconfianza emuladora hacia el rival como tensión amorosa hacia el objeto del deseo. Cuando la amistad se vuelva hacia la esencia, ambos amigos serán como el pretendiente y el rival (apero quién los diferenciará?). En este primer aspecto la filosofía parece algo griego y coincide con la aportación de las ciudades: haber formado sociedades de amigos o de iguales, pero también haber instaurado entre ellas y en cada una de ellas unas relaciones de rivalidad, oponiendo a unos pretendientes en todos los ámbitos, en el amor, los juegos, los tribunales, las magistraturas, la política, y hasta en el pensamiento, que no sólo encontrará su condición en el amigo, sino en el pretendiente y en el rival (la dialéctica que Platón define como amfisbetesis). La rivalidad de los hombres libres, un atletismo generalizado: el agon.(4) Corresponde a la amistad conciliar la integridad de la esencia y la rivalidad de los pretendientes. ¿No se trata acaso de una tarea excesiva? El amigo, el amante, el pretendiente, el rival son determinaciones trascendentales que no por ello pierden su existencia intensa y animada en un mismo personaje o en varios. Y cuando hoy en día Maurice Blanchot, que forma parte de los escasos pensadores que consideran el sentido de la palabra «amigo» en filosofía, retoma esta cuestión interna de las condiciones del pensamiento como tal, ¿no introduce acaso nuevos personajes conceptuales en el seno del Pensamiento más puro, unos personajes poco griegos esta vez, procedentes de otro lugar, como si hubieran pasado por una catástrofe que les arrastra hacia nuevas relaciones vivas elevadas al estado de caracteres a priori: una desviación, un cierto cansancio, un cierto desamparo entre amigos que convierte a la propia amistad en el pensamiento del concepto como desconfianza y paciencia infinitas? (5). La lista de los personajes conceptuales no se cierra jamás, y con ello desempeña un papel importante en la evolución o en las mutaciones de la filosofía; hay que comprender su diversidad sin reducirla a la unidad ya compleja del filósofo griego.
El filósofo es el amigo del concepto, está en poder del concepto. Lo que equivale a decir que la filosofía no es un mero arte de formar, inventar o fabricar conceptos, pues los conceptos no son necesariamente formas, inventos o productos. La filosofía, con mayor rigor, es la disciplina que consiste en crear conceptos. ¿Acaso será el amigo, amigo de sus propias creaciones? ¿O bien es el acto del concepto lo que remite al poder del amigo, en la unidad del creador y de su doble? Crear conceptos siempre nuevos, tal es el objeto de la filosofía. El concepto remite al filósofo como aquel que lo tiene en potencia, o que tiene su poder o su competencia, porque tiene que ser creado. No cabe objetar que la creación suele adscribirse más bien al ámbito de lo sensible y de las artes, debido a lo mucho que el arte contribuye a que existan entidades espirituales, y a lo mucho que los conceptos filosóficos son también sensibilia. A decir verdad, las ciencias, las artes, las filosofías son igualmente creadoras, aunque corresponda únicamente a la filosofía la creación de conceptos en sentido estricto. Los conceptos no nos están esperando hechos y acabados, como cuerpos celestes. No hay firmamento para los conceptos. Hay que inventarlos, fabricarlos o más bien crearlos, y nada serían sin la firma de quienes los crean. Nietzsche determinó la tarea de la filosofía cuando escribió: «Los filósofos ya no deben darse por satisfechos con aceptar los conceptos que se les dan para limitarse a limpiarlos y a darles lustre, sino que tienen que empezar por fabricarlos, crearlos, plantearlos y convencer a los hombres de que recurran a ellos. Hasta ahora, en resumidas cuentas, cada cual confiaba en sus conceptos como en una dote milagrosa procedente de algún mundo igual de milagroso», pero hay que sustituir la confianza por la desconfianza, y de lo que más tiene que desconfiar el filósofo es de los conceptos mientras no los haya creado él mismo (Platón lo sabía perfectamente, aunque enseñara lo contrario...). (6) Platón decía que habíaque con templar las Ideas, pero tuvo antes que crear el concepto de Idea. ¿Qué valor tendría un filósofo del que se pudiera decir: no ha creado conceptos, no ha creado sus conceptos? Vemos por lo menos lo que la filosofía no es: no es contemplación, ni reflexión, ni comunicación, incluso a pesar de que haya podido creer tanto una cosa como otra, en razón de la capacidad que tiene cualquier disciplina de engendrar sus propias ilusiones y de ocultarse detrás de una bruma que desprende con este fin.
No es contemplación, pues las contemplaciones son las propias cosas en tanto que consideradas en la creación de sus propios conceptos. No es reflexión porque nadie necesita filosofía alguna para reflexionar sobre cualquier cosa: generalmente se cree que se hace un gran regalo a la filosofía considerándola el arte de la reflexión, pero se la despoja de todo, pues los matemáticos como tales nunca han esperado a los filósofos para reflexionar sobre las matemáticas, ni los artistas sobre la pintura o la música; decir que se vuelven entonces filósofos constituye una broma de mal gusto, debido a lo mucho que su reflexión pertenece al ámbito de su creación respectiva. Y la filosofía no encuentra amparo último de ningún tipo en la comunicación, que en potencia sólo versa sobre opiniones, para crear «consenso» y no concepto. La idea de una conversación democrática occidental entre amigos jamás ha producido concepto alguno; tal vez proceda de los griegos, pero éstos desconfiaban tanto de ella, y la sometían a un trato tan duro y severo, que el concepto se convertía más bien en el pájaro soliloquio irónico que sobrevolaba el campo de batalla de las opiniones rivales aniquiladas (los convidados ebrios del banquete). La filosofía no contempla, no reflexiona, no comunica, aunque tenga que crear conceptos para estas acciones o pasiones. La contemplación, la reflexión, la comunicación no son disciplinas, sino máquinas para constituir Universales en todas las disciplinas. Los Universales de contemplación, y después de reflexión, son como las dos ilusiones que la filosofía ya ha recorrido en su sueño de dominación de las demás disciplinas (idealismo objetivo e idealismo subjetivo), del mismo modo como la filosofía tampoco sale mejor parada presentándose como una nueva Atenas y volcándose sobre los Universales de la comunicación que proporcionarían las reglas de una dominación imaginaria de los mercados y de los media (idealismo intersubjetivo). Toda creación es singular, y el concepto como creación propiamente filosófica siempre constituye una singularidad. El primer principio de la filosofía consiste en que los Universales no explican nada, tienen que ser explicados a su vez.
Conocerse a sí mismo aprender a pensar hacer como si nada se diese por descontado asombrarse, «asombrarse de que el ente sea»..., estas determinaciones de la filosofía y muchas más componen actitudes interesantes, aunque resulten fatigosas a la larga, pero no constituyen una ocupación bien definida, una actividad precisa, ni siquiera desde una perspectiva pedagógica. Cabe considerar decisiva, por el contrario, esta definición de la filosofía: conocimiento mediante conceptos puros. Pero oponer el conocimiento mediante conceptos, y mediante construcción de conceptos en la experiencia posible o en la intuición,
está fuera de lugar. Pues, de acuerdo con el veredicto nietzscheano, no se puede conocer nada mediante conceptos a menos que se los haya creado anteriormente, es decir construido en una intuición que les es propia: un ámbito, un plano, un suelo, que no se confunde con ellos, pero que alberga sus gérmenes y los personajes que los cultivan. El constructivismo exige que cualquier creación sea una construcción sobre un plano que le dé una existencia autónoma. Crear conceptos, al menos, es hacer algo. La cuestión del empleo o de la utilidad de la filosofía, e incluso la de su nocividad (para quién es nociva?), resulta modificada.
Multitud de problemas se agolpan ante la mirada alucinada de un anciano que verá cómo se enfrentan conceptos filosóficos y personajes conceptuales de todo tipo. Y para empezar, los conceptos tienen y seguirán teniendo su propia firma, sustancia de Aristóteles, cogito de Descartes, mónada de Leibniz, condición de Kant, potencia de Schelling, tiempo de Bergson... Pero, además, algunos reclaman con insistencia una palabra extraordinaria, a veces bárbara o chocante, que tiene que designarlos, mientras a otros les basta con una palabra corriente absolutamente común que se infla con unas resonancias tan remotas que corren el riesgo de pasar desapercibidas para los oídos no filosóficos. Algunos requieren arcaísmos, otros neologismos, tributarios de ejercicios etimológicos casi disparatados: la etimología como gimnasia propiamente filosófica. Tiene que producirse en cada caso una singular necesidad de estas palabras y de su elección, como elemento de estilo. El bautismo del concepto reclama un gusto propiamente filosófico que procede violenta o taimadamente, y que constituye, en la lengua, una lengua de la filosofía, no sólo un vocabulario, sino una sintaxis que puede alcanzar cotas sublimes o de gran belleza. Ahora bien, aunque estén fechados, firmados y bautizados, los conceptos tienen su propio modo de no morir, a pesar de encontrarse sometidos a las exigencias de renovación, de sustitución, de mutación que confieren a la filosofía una historia y también una geografía agitadas, de las cuales cada momento y cada lugar se conservan, aunque en el tiempo, y pasan, pero fuera del tiempo. Puesto que los conceptos cambian continuamente, cabe preguntarse qué unidad permanece para las filosofías. ¿Sucede lo mismo con las ciencias, con las artes que no proceden por conceptos? ¿Y qué ocurre con sus historias respectivas? Si la filosofía consiste en esta creación continuada de conceptos, cabe evidentemente preguntar qué es un concepto en tanto que Idea filosófica, pero también en qué consisten las demás Ideas creadoras que no son conceptos, que pertenecen a las ciencias y a las artes, que tienen su propia historia y su propio devenir, y sus propias relaciones variables entre ellas y con la filosofía. La exclusividad de la creación de los conceptos garantiza una función para la filosofía, pero no le concede ninguna preeminencia, ningún privilegio, pues existen muchas más formas de pensar y de crear, otros modos de ideación que no tienen por qué pasar por los conceptos, como por ejemplo el pensamiento científico. Y siempre volveremos sobre la cuestión de saber para qué sirve esta actividad de crear conceptos, tal como se diferencia de la actividad científica o artística: ¿por qué hay siempre que crear conceptos, y siempre conceptos nuevos, en función de qué necesidad y para qué? ¿Con qué fin? La respuesta según la cual la grandeza de la filosofía estribaría precisamente en que no sirve para nada, constituye una coquetería que ya no divierte ni a los jóvenes. En cualquier caso, nunca hemos tenido problemas respecto a la muerte de la metafísica o a la superación de la filosofía: no se trata más que de futilidades inútiles y fastidiosas. Se habla del fracaso de los sistemas en la actualidad, cuando sólo es el concepto de sistema lo que ha cambiado. Si hay tiempo y lugar para crear conceptos, la operación correspondiente siempre se llamará filosofía, o no se diferenciaría de ella si se le diera otro nombre.
Sabemos sin embargo que el amigo o el amante como pretendiente implican rivales. Si la filosofía tiene unos orígenes griegos, en la medida en que se está dispuesto a decirlo así, es porque la ciudad, a diferencia de los imperios o de los Estados, inventa el agon como norma de una sociedad de «amigos», la comunidad de los hombres libres en tanto que rivales (ciudadanos). Tal es la situación constante que describe Platón: si cada ciudadano pretende algo, se topará obligatoriamente con otros rivales, de modo que hay que poder valorar la legitimidad de sus pretensiones. El ebanista pretende hacerse con la madera, pero se enfrenta al guardabosque, al leñador, al carpintero, que dicen: el amigo de la madera soy yo. Cuando de lo que se trata es de hacerse cargo del bienestar de los hombres, muchos son los que se presentan como el amigo del hombre, el campesino que le alimenta, el tejedor que le viste, el médico que le cura, el guerrero que le protege (7). Y si en todos los casos resulta que pese a todo la selección se lleva a cabo en un círculo algo restringido, no ocurre Ip mismo en política, donde cualquiera puede pretender cualquier cosa en la democracia ateniense tal como la concibe Platón. De ahí surge para Platón la necesidad de reinstaurar el orden, creando unas instancias gracias a las cuales poder valorar la legitimidad de todas las pretensiones: son las Ideas como conceptos filosóficos. Pero ¿no se encontrarán acaso, incluso ahí, los pretendientes de todo tipo que dirán: el filósofo verdadero soy yo, soy yo el amigo de la Sabiduría o de la Legitimidad? La rivalidad culmina con la del filósofo y el sofista que se arrancan los despojos del antiguo sabio, ¿pero cómo distinguir al amigo falso del verdadero, y el concepto del simulacro? El simulador y el amigo: todo un teatro platónico que hace proliferar los personajes conceptuales dotándolos de los poderes de lo cómico y lo trágico.
Más cerca de nosotros, la filosofía se ha cruzado con muchos nuevos rivales. Primero fueron las ciencias del hombre, particularmente la sociología, las que pretendieron reemplazarla. Pero como la filosofía había ido descuidando cada vez más su vocación de crear conceptos para refugiarse en los Universales, ya no se sabía muy bien cuál era el problema. ¿Tratábase acaso de renunciar a cualquier creación de conceptos para dedicarse a unas ciencias del hombre estrictas, o bien, por el contrario, de transformar la naturaleza de los conceptos convirtiéndolos ora en representaciones colectivas, ora en concepciones del mundo creadas por los pueblos, por sus fuerzas vitales, históricas o espirituales? Después les llegó el turno a la epistemología, a la lingüística, e incluso al psicoanálisis... y al análisis lógico. Así, de prueba en prueba, la filosofía iba a tener que enfrentarse con unos rivales cada vez más insolentes, cada vez más desastrosos, que ni el mismo Platón habría podido imaginar en sus momentos de mayor comicidad. Por último se llegó al colmo de la vergüenza cuando la informática, la mercadotecnia, el diseño, la publicidad, todas las disciplinas de la comunicación se apoderaron de la propia palabra concepto, y dijeron: ¡es asunto nuestro, somos nosotros los creativos, nosotros somos los conceptores! Somos nosotros los amigos del concepto, lo metemos dentro de nuestros ordenadores. Información y creatividad, concepto y empresa: existe ya una bibliografía abundante... La mercadotecnia ha conservado la idea de una cierta relación entre el concepto y el acontecimiento; pero ahora resulta que el concepto se ha convertido en el conjunto de las presentaciones de un producto(histórico, científico, sexual, pragmático...) y el acontecimiento en la exposición que escenifica las presentaciones diversas y el «intercambio de ideas» al que supuestamente da lugar. Los acontecimientos por sí solos son exposiciones, y los conceptos por sí solos, productos que se pueden vender. El movimiento general que ha sustituido a la Crítica por la promoción comercial no ha dejado de afectar a la filosofía. El simulacro, la simulación de un paquete de tallarines, se ha convertido en el concepto verdadero, y el presentadorexpositor del producto, mercancía u obra de arte, se ha convertido en el filósofo, en el personaje conceptual o en el artista. ¿Cómo la filosofía, una persona de edad venerable, iba a alinearse con unos jóvenes ejecutivos para competir en una carrera de universales de la comunicación con el fin de determinar una forma comercial del concepto, MERZ? Ciertamente, resulta doloroso enterarse de que «Concepto» designa una sociedad de servicios y de ingeniería informática. Pero cuanto más se enfrenta la filosofía a unos rivales insolentes y bobos, cuanto más se encuentra con ellos en su propio seno, más animosa se siente para cumplir la tarea, crear conceptos, que son aerolitos más que mercancías. Es presa de ataques de risa incontrolables que enjugan sus lágrimas. Así pues, el asunto de la filosofía es el punto singular en el que el concepto y la creación se relacionan el uno con la otra.
Los filósofos no se han ocupado lo suficiente de la naturaleza del concepto como realidad filosófica. Han preferido considerarlo como un conocimiento o una representación dados, que se explicaban por unas facultades capaces de formarlo (abstracción, o generalización) o de utilizarlo (juicio). Pero el concepto no viene dado, es creado, hay que crearlo; no está formado, se plantea a sí mismo en sí mismo, autoposición. Ambas cosas están implicadas, puesto que lo que es verdaderamente creado, de la materia viva a la obra de arte, goza por este hecho mismo de una autoposición de sí mismo, o de un carácter autopoiético a través del cual se lo reconoce. Cuanto más creado es el concepto, más se plantea a sí mismo. Lo que depende de una actividad creadora libre también es lo que se plantea en sí mismo, independiente y necesariamente: lo más subjetivo será lo más objetivo. En este sentido fueron los poskantianos los que más se fijaron en el concepto como realidad filosófica, especialmente Schelling y Hegel. Hegel definió con firmeza el concepto por las Figuras de su creación y los Momentos de su autoposición: las figuras se han convertido en pertenencias del concepto porque constituyen la faceta bajo la cual el concepto es creado por y en la conciencia, a través de la sucesión de las mentes, mientras que los momentos representan la otra faceta según la cual el concepto se plantea a sí mismo y reúne las mentes en lo absoluto del Sí mismo. Hegel demostraba de este modo que el concepto nada tiene que ver con una idea general o abstracta, como tampoco con una Sabiduría no creada que no dependiese de la filosofía misma. Pero era a costa de una extensión indeterminada de la filosofía que apenas dejaba subsistir el movimiento independiente de las ciencias y de las artes, porque reconstituía universales con sus propios momentos, y ya sólo tachaba de comparsas fantasmas a los personajes de su propia creación. Los poskantianos giraban en torno a una enciclopedia universal del concepto, que remitía la creación de éste a una pura subjetividad, en vez de otorgarse una tarea más modesta, una pedagogía del concepto, que tuviera que analizar las condiciones de creación como factores de momentos que permanecen singulares (8). Si los tres períodos del concepto son la enciclopedia, la pedagogía y la formación profesional comercial, sólo el segundo puede evitarnos caer de las cumbres del primero en el desastre absoluto del tercero, desastre absoluto para el pensamiento, independientemente por supuesto de sus posibles 'beneficios sociales desde el punto de vista del capitalismo universal.

NOTAS 
1. Cf. L'OEuvre ultime, de Cézanne a Dubuffet, Fundación Maeght, prefacio de JeanLouis
2. Barbéris, Chateaubriand, Ed. Larousse: «Rancé, libro sobre la vejez como valor
3. Kojève, «Tyrannie et sagesse», pág. 235 (en Léo Strauss, De la tyrannie, Gallimard).
4. Por ejemplo, Jenofonte, La república de los lacedemonios, IV, 5. Detienne y Vernant han estudiado muy particularmente estos aspectos de la ciudad.
5. Respecto a la relación de la amistad con la posibilidad de pensar en el mundo moderno, cf. Blanchot, L'amitié, y L'entretien infini (el diálogo de los dos cansados), Gallimard. Y Mascolo, Autour d'un effort de mémoire, Ed. Nadeau.
6. Nietzsche, Póstumos 18841885, OEuvres philosophiques, XI, Gallimard, págs. 215216 (sobre «el arte de la desconfianza»).
7. Platón, Político, 268a, 279a.
8. Bajo una forma deliberadamente escolar, Frédéric Cossutta propuso una pedagogía del concepto muy interesante: Eléments pour la lecture des textes philosophiques, Ed. Bordas.

Descartes: Segunda Meditación

Descartes, R.: Meditaciones Metafísicas. Bs. As.: Orbis-Hyspamérica, 1984, pp. 35-41

MEDITACIÓN SEGUNDA: SOBRE LA NATURALEZA DEL ALMA HUMANA Y DEL HECHO DE QUE ES MÁS COGNOSCIBLE QUE EL CUERPO



He sido arrojado a tan grandes dudas por la meditación de ayer, que ni puedo dejar de acordarme de ellas ni sé de qué modo han de solucionarse; por el contrario, como si hubiera caído en una profunda vorágine, estoy tan turbado que no puedo ni poner pie en lo más hondo ni nadar en la superficie. Me esforzaré, sin embargo, en adentrarme de nuevo por el mismo camino que ayer, es decir, en apar-tar todo aquello que ofrece algo de duda, por pequeña que sea, de igual modo que si fuera falso; y continuaré así hasta que conozca algo cierto, o al menos, si no otra cosa, sepa de un modo seguro que no hay nada cierto. Arquímedes no pedía más que un punto que fuese firme e inmóvil, para mover toda la tierra de su sitio; por lo tanto, he de esperar grandes resultados si encuentro algo que sea cierto e in-concuso.
Supongo, por tanto, que todo lo que veo es falso; y que nunca ha existido nada de lo que la engañosa memoria me representa; no tengo ningún sentido absolutamente: el cuerpo, la figura, la extensión, el movimiento y el lugar son quimeras. ¿Qué es entonces lo cierto? Quizá solamente que no hay nada seguro. ¿Cómo sé que no hay nada diferente de lo que acabo de mencionar, sobre lo que no haya ni siquiera ocasión de dudar? ¿No existe algún Dios, o como quiera que le llame, que me introduce esos pensamientos? Pero, ¿por qué he de creerlo, si yo mismo puedo ser el promotor de aquéllos? ¿Soy, por lo tanto, algo? Pero he negado que yo tenga algún sentido o algún cuerpo; dudo, sin embargo, porque, ¿qué soy en ese caso? ¿Estoy de tal manera ligado al cuerpo y a los sentidos, que no puedo existir sin ellos? Me he persuadido, empero, de que no existe nada en el mundo, ni cielo ni tierra, ni mente ni cuerpo; ¿no significa esto, en resumen, que yo no existo? Ciertamente existía si me persuadí de algo. Pero hay un no sé quién engañador sumamente poderoso, sumamente listo, que me hace errar siempre a propósito. Sin duda alguna, pues, existo yo también, si me engaña a mí; y por más que me engañe, no podrá nunca conseguir que yo no exista mientras yo siga pensando que soy algo. De manera que, una vez sopesados escrupulosamente todos los argu-mentos, se ha de concluir que siempre que digo «Yo soy, yo existo» o lo concibo en mi mente, necesariamente ha de ser verdad. No alcanzo, sin embargo, a compren-der todavía quién soy yo, que ya existo necesariamente; por lo que he de procurar no tomar alguna otra cosa imprudentemente en lugar mío, y evitar que me engañe así la percepción que me parece ser la más cierta y evidente de todas. Recordaré,
por tanto, qué creía ser en otro tiempo antes de venir a parar a estas meditaciones; por lo que excluiré todo lo que, por los argumentos expuestos, pueda ser comba-tido, por poco que sea, de manera que sólo quede en definitiva lo que sea cierto e inconcuso. ¿Qué creí entonces ser? Un hombre, naturalmente. Pero ¿qué es un hombre? ¿Diré que es un animal racional? No, puesto que se habría de investigar qué es animal y qué es racional, y así me deslizaría de un tema a varios y más difíciles, y no me queda tiempo libre como para gastarlo en sutilezas de este tipo. Con todo, dedicaré mi atención en especial a lo que se me ocurría espontánea-mente siguiendo las indicaciones de la naturaleza siempre que consideraba que era. Se me ocurría, primero, que yo tenía cara, manos, brazos y todo este mecanis-mo de miembros que aún puede verse en un cadáver, y que llamaba cuerpo. Se me ocurría además que me alimentaba, que comía, que sentía y que pensaba, todo lo cual lo refería al alma. Pero no advertía qué era esa alma, o imaginaba algo ridí-culo, como un viento, o un fuego, o un aire que se hubiera difundido en mis partes más imperfectas. No dudaba siquiera del cuerpo, sino que me parecía conocer definidamente su naturaleza, la cual, si hubiese intentado especificarla tal como la concebía en mi mente, la hubiera descrito así: como cuerpo comprendo todo aquello que está determinado por alguna figura, circunscrito en un lugar, que llena un espacio de modo que excluye de allí todo otro cuerpo, que es percibido por el tacto, la vista, el oído, el gusto, o el olor, y que es movido de muchas maneras, no por sí mismo, sino por alguna otra cosa que le toque; ya que no creía que tener la posibilidad de moverse a sí mismo, de sentir y de pensar, podía referirse a la naturaleza del cuerpo; muy al contrario, me admiraba que se pudiesen encontrar tales facultades en algunos cuerpos.
Pero, ¿qué soy ahora, si supongo que algún engañador potentísimo, y si me es permitido decirlo, maligno, me hace errar intencionadamente en todo cuanto puede? ¿Puedo afirmar que tengo algo, por pequeño que sea, de todo aquello que, según he dicho, pertenece a la naturaleza del cuerpo? Atiendo, pienso, doy más y más vueltas a la cuestión: no se me ocurre nada, y me fatigo de considerar en vano siempre lo mismo. ¿Qué acontece a las cosas que atribuía al alma, como alimen-tarse o andar? Puesto que no tengo cuerpo, todo esto no es sino ficción. ¿Y sentir? Esto no se puede llevar a cabo sin el cuerpo, y además me ha parecido sentir muchas cosas en sueños que he advertido más tarde no haber sentido en realidad. ¿Y pensar? Aquí encuéntrome lo siguiente: el pensamiento existe, y no puede serme arrebatado; yo soy, yo existo: es manifiesto. Pero ¿por cuánto tiempo? Sin duda, en tanto que pienso, puesto que aún podría suceder, si dejase de pensar, que dejase yo de existir en absoluto. No admito ahora nada que no sea necesariamente cierto; soy por lo tanto, en definitiva, una cosa que piensa, esto es, una mente, un alma, un intelecto, o una razón, vocablos de un significado que antes me era desconocido. Soy, en consecuencia, una cosa cierta, y a ciencia cierta existente. Pero, ¿qué cosa? Ya lo he dicho, una cosa que piensa.
¿Qué más? Supondré que no soy aquella estructura de miembros que se llama cuerpo humano; que no soy un cierto aire impalpable difundido en mis miembros, ni un viento, ni un fuego, ni un vapor, ni un soplo, ni cualquier cosa que pueda imaginarme, puesto que he considerado que estas cosas no son nada. Mi suposición sigue en pie, y, con todo, yo soy algo. ¿Sucederá quizá que todo esto que juzgo que no existe porque no lo conozco no difiera en realidad de mí, de ese yo que conozco? No lo sé, ni discuto sobre este tema: ya que solamente puedo juzgar aquello que me es conocido. Conozco que existo; me pregunto ahora ¿quién, pues, soy yo que he advertido que existo? Es indudable que este concepto, tomado estrictamente así, no depende de las cosas que todavía no sé si existen, y por lo tanto de ninguna de las que me figuro en mi imaginación. Este verbo «figurarse» me advierte de mi error; puesto que me figuraría algo en realidad en el caso de que imaginase que yo soy algo, puesto que imaginar no es otra cosa que contemplar la figura o la imagen de una cosa corpórea. Pero sé ahora con certeza que yo existo, y que puede suceder al mismo tiempo que todas estas imágenes y, en general, todo lo que se refiere a la naturaleza del cuerpo no sean sino sueños. Advertido lo cual, no me parece que erraré menos si digo: «imaginaré, para conocer con más claridad quién soy», que si supongo: «ya estoy despierto, veo algo verdadero, pero puesto que no lo veo de un modo definido, me dormiré intencionadamente para que los sueños me lo representen con más veracidad y evidencia». Por lo tanto, llego a la conclusión de que nada de lo que puedo aprehender por medio de la imaginación atañe al concepto que tengo de mí mismo, y de que se ha de apartar la mente de aquello con mucha diligencia, para que ella misma perciba su naturaleza lo más definidamente posible.
¿Qué soy? Una cosa que piensa. ¿Qué significa esto? Una cosa que duda, que conoce, que afirma, que niega, que quiere, que rechaza, y que imagina y siente.
No son pocas, ciertamente, estas cosas si me atañen todas. Pero ¿por qué no han de referirse a mí? ¿No dudo acaso de casi todas las cosas; no conozco algo, sin embargo, y afirmo que esto es lo único cierto y niego lo demás; no deseo saber algo, aunque no quiero engañarme; no imagino muchas cosas aun sin querer, y no advierto que muchas otras proceden como de los sentidos? ¿Qué hay entre estas cosas, aunque siempre esté dormido, y a pesar de que el que me ha creado me haga engañarme en cuanto pueda, que no sea igualmente cierto que el hecho de que existo? ¿Qué es lo que se puede separar de mi pensamiento? ¿Qué es lo que puede separarse de mí mismo? Tan manifiesto es que yo soy el que dudo, el que conozco y el que quiero, que no se me ocurre nada para explicarlo más claramente. Por otra parte, yo soy también el que imagino, dado que, aunque ninguna cosa imaginada sea cierta, existe con todo el poder de imaginar, que es una parte de mi pensamiento. Yo soy igualmente el que pienso, es decir, advierto las cosas corpóreas como por medio de los sentidos, como, por ejemplo, veo la luz, oigo un ruido y percibo el calor. Todo esto es falso, puesto que duermo; sin embargo, me parece que veo, que oigo y que siento, lo cual no puede ser falso, y es lo que se llama en mí propiamente sentir; y esto, tomado en un sentido estricto, no es otra cosa que pensar.
A partir de lo cual empiezo a conocer un poco mejor quién soy; sin embargo, me parece (y no puedo dejar de creerlo) que las cosas corpóreas, cuyas imágenes forma el pensamiento, son conocidas con mayor claridad que este no sé qué mío que no se halla bajo mi imaginación, aunque sea en absoluto asombroso que pueda aprehender con mayor evidencia las cosas desconocidas, ajenas a mí, y que reco-nozco que son falsas, que lo que es verdadero, lo que es conocido, que yo mismo, en definitiva. Pero ya veo lo que ocurre: mi mente se complace en errar y no sopor-ta estar circunscrita en los límites de la verdad. Sea, pues, y dejémosle todavía las riendas sueltas para que pueda ser dirigida si se recogen oportunamente poco des-pués.
Pasemos a las cosas que, según la opinión general, son aprehendidas con mayor claridad entre todas: es decir, los cuerpos que tocamos y vemos; no los cuerpos en general, ya que estas percepciones generales suelen ser un tanto más confusas, sino tan sólo en particular. Tomemos, por ejemplo, esta cera: ha sido sacada de la colmena recientemente, no ha perdido todo el sabor de su miel y retiene algo del olor de las flores con las que ha sido formada; su color, su figura y su magnitud son manifiestos; es dura, fría, se toca fácilmente y si se la golpea con un dedo emitirá un sonido; tiene todo lo que en resumidas cuentas parece reque-rirse para que un cuerpo pueda ser conocido lo más claramente posible. Pero he aquí que mientras hablo se la coloca junto al fuego; desaparecen los restos de sabor, se desvanece la figura, su magnitud crece, se hace líquida y cálida; apenas puede tocarse y no emitirá un sonido si se la golpea. ¿Queda todavía la misma cera? Se ha de confesar que sí: nadie lo niega ni piensa de manera distinta. ¿Qué existía, por tanto, en aquella cera que yo aprehendía tan claramente? Con seguridad, nada de lo que aprecié con los sentidos, puesto que todo lo que excitaba nuestro gusto, el olfato, la vista, el tacto y el oído se ha cambiado; pero con todo, la cera permanece.
Quizás era lo que pienso ahora: que la cera misma no consiste en la dulzura de la miel, en la fragancia de las flores ni en su blancura, ni en su figura ni en el sonido, sino que es un cuerpo que hace poco se me mostraba con unas cualidades y ahora con otras totalmente distintas. ¿Qué es estrictamente eso que así imagino? Pongamos nuestra atención y, dejando aparte todo lo que no se refiera a la cera, veamos qué queda: nada más que algo extenso, flexible y mudable. ¿Qué es ese algo flexible y mudable? ¿Quizá lo que imagino, es decir, que esa cera puede pasar de una forma redonda a una cuadrada y de ésta a su vez a una triangular? ningún modo, puesto que me doy cuenta de que la cera es capaz de innumerables mutaciones de este tipo y de que yo, sin embargo, no puedo imaginarlas todas; por tanto, esa aprehensión no se realiza por la facultad de imaginar. ¿Qué es ese algo extenso? ¿No es también su extensión desconocida? Puesto que se hace mayor si la cera se vuelve líquida, mayor todavía si se la hace hervir, y mayor aún si el calor aumenta; y no juzgaría rectamente qué es la cera si no considerase que ésta admite más variedades, según su extensión, de las que yo haya jamás abarcado con la imaginación. Hay que conceder, por tanto, que yo de ninguna manera imagino qué es esta cera, sino que la percibo únicamente por el pensamiento. Me refiero a este pedazo de cera en particular, ya que ello es más evidente todavía en la cera en general. Así pues, ¿qué es esta cera que no se percibe sino mediante la mente? La misma que veo, que toco, que imagino, la misma finalmente que creía que existía desde un principio. Pero lo que se ha de notar es que su percepción no es visión, ni tacto, ni imaginación, ni lo ha sido nunca, sino solamente una inspección de la razón, que puede ser imperfecta o confusa como era antes, o clara y definida como ahora, según atiendo más o menos a los elementos de que consta.
Me admira ver cuán propensa es mi mente a los errores, porque, aunque piense esto calladamente y sin emitir sonidos, me confundo sin embargo en los propios vocablos y me engaño en el uso mismo de la palabra. Afirmamos, en efecto, que nosotros vemos la cera en sí si está presente, y que no deducimos que está presente por el color o la figura; de donde yo concluiría al punto que la cera es aprehendida por los ojos y no únicamente por la razón, si no viese desde la venta-na los transeúntes en la calle, que creo ver no menos usualmente que la cera. Pero, ¿qué veo excepto sombreros y trajes en los que podrían ocultarse unos autómatas? Sin embargo, juzgo que son hombres. De este modo lo que creía ver por los ojos lo aprehendo únicamente por la facultad de juzgar que existe en mi intelecto.
Pero un hombre que desea saber más que el vulgo debe avergonzarse de encontrar duda en las maneras de hablar del vulgo; atendamos, por tanto, a la pre-gunta: ¿En qué momento percibí la cera más perfecta y evidentemente, cuando la vi por primera vez y creí que la conocía por el mismo sentido externo o al menos por el sentido común, es decir, por la potencia imaginativa, o cuando investigué con más diligencia no sólo qué era sino de qué modo era conocida? Dudar de esto sería necio, pues ¿qué hubo definido en la primera percepción? ¿Y qué hubo que no se admita que lo pueda tener otro animal cualquiera? Por el contrario, cuando separo la cera de las formas externas y la considero como desnuda y despojada de sus vestiduras, entonces, aunque todavía pueda existir algún error en mi juicio, no la puedo percibir sin el espíritu humano.
¿Qué diré por último de ese mismo espíritu, es decir, de mí mismo? En efec-to, no admito que exista otra cosa en mí a excepción de la mente. ¿Qué diré yo, por tanto, que creo percibir con tanta claridad esa cera? ¿Es que no me conozco a mí mismo no sólo con mucha más certeza y verdad sino también más definida y evidentemente? Pues si juzgo que la cera existe a partir del hecho de que la veo, mucho más evidente será que yo existo a partir del mismo hecho de que la veo. Puede ser que lo que veo no sea cera en realidad; puede ser que ni siquiera tenga ojos con los que vea algo, pero no puede ser que cuando vea o —lo que ya no distingo— cuando yo piense que vea, yo mismo no sea algo al pensar. Del mismo modo, si juzgo que la cera existe del hecho de que la toco, se deducirá igualmente que yo existo. Lo mismo se concluye del hecho de imaginar de cualquier otra causa. Esto mismo que he hecho constar de la cera es posible aplicarlo a todo lo demás que está situado fuera de mí. Por tanto, si la percepción de la cera parece ser más clara una vez que me percaté de ella no sólo por la vista y por el tacto sino por más causas, ¡con cuánta mayor evidencia se ha de reconocer que me conozco a mí mismo, puesto que no hay ningún argumento que pueda servirme para la percep-ción, ya de la cera, ya de cualquier otro cuerpo, que al mismo tiempo no pruebe con mayor nitidez la naturaleza de mi mente! Ahora bien, existen tantas cosas en la propia mente mediante las cuales se puede percibir con mayor claridad su natura-leza, que todo lo que emana del cuerpo apenas parece digno de mencionarse.
He aquí que he vuelto insensiblemente a donde quería, puesto que, cono-ciendo que los mismos cuerpos no son percibidos en propiedad por los sentidos o por la facultad de imaginar, sino tan sólo por el intelecto, y que no son percibidos por el hecho de ser tocados o vistos, sino tan sólo porque los concebimos, me doy clara cuenta de que nada absolutamente puede ser conocido con mayor facilidad y evidencia que mi mente; pero, puesto que no se puede abandonar las viejas opinio-nes acostumbradas, es preferible que profundice en esto para que ese nuevo con-cepto se fije indeleblemente en mi memoria por la reiteración del pensamiento.